Me revelo
ante la imagen
tradicional
de lo que debe ser
un hombre:
Tengo brazos
de hierro fluido,
naturaleza fuerte
para resistir
ciertos embates,
pero no me importa
mostrar que a veces
me llueven los ojos
cuando la emoción
asoma tras alguna
de las esquinas de la vida.
Esa es mi hombría
y no necesito
ninguna otra.
Soy un velero
de asfalto encarnado,
fuerte ante la tormenta,
resistente a la marea
y débil ante
el enfado de las olas.
Y cuando la soledad
gobierna en mis reinos,
no dudo en abrazarme
a mi mismo
si veo que lo necesito.
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