Queda solo el grito
silente de la piedra
con su eco
y sus lamentaciones.
Queda la luna
iluminando los cipreses
en los viejos cementerios
de las afueras.
Quedan los códigos
de la niebla al anochecer
dando cobijo
a la desdicha de los fantasmas
y cuando los pájaros
ya no cantan para nadie.
Quedan las manos
amarradas al ancla
de los viejos campanarios.
Son los sueños
desvanecidos de un presente
sepultado en la indiferencia.
No pasa nadie,
que ya se han ido los vivos,
como muertos a vivir lejos
de su tierra y sus raíces.
A nadie le interesan
estos pueblos vacíos.
Nadie, nadie viene ya
porque son polvo de olvido.
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