Parece cargar
en su menudo cuerpo
todo el tiempo transcurrido
desde la creación del mundo
y con sus ya cercanos
noventa años,
aún sigue dando
su paseo habitual
de cada mañana,
tan viva como los brotes
que nos regala la primavera.
Cuando se cruza conmigo
me emociona la sonrisa
que luce al verme.
Un abrazo, dos besos,
como celebrando que aún
seguimos vivos
y apreciando el calor humano.
Me cuenta que ha pasado
hambre y penas,
amor y silencio,
la vida ha ido y ha vuelto
de sus ojos
por eso lo mira todo
como si no acabara
de creer que el mundo
haya cambiado tanto
y ella siga aquí para verlo.
También mira el tiempo
como si ahora, por fin,
pudiera entenderlo todo.
Siempre le expreso
la sincera y genuina alegría
que me produce el verla
y ese "mi niño"
tan lleno de ternura
con que a mi se dirige
es un bálsamo
que todo lo suaviza.
En esos encuentros breves
se ha cimentado
una amistad inesperada
que me llena de luz el alma.

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