Ahora ya no hay huella
del vuelo de los pájaros,
porque se ha ido el viento.
Pero yo no estoy solo
en mi hogar de cueva.
Aquí están los humildes,
dulces y potentes
como los brotes
que han nacido
esta primavera.
Aquí no hay nadie
que tenga cerradas
esta puerta y estas ventanas,
salvo los intolerantes.
Aquí estamos todos,
y están los nombres hasta
de los que han borrado
de la historia.
Aquí está su obligante vida
buscándonos el corazón
paso a paso,
como un diente de fuego
que crece bajo la lengua.
Son muchos los humildes
de todas las razas
y de todos los credos.
Son muchos los que
abandonaron el silencio
y la soledad
para no sentirse
horadados y fríos
en medio de los hombres.
Porque todos saben
que por su boca
hablará la tierra
que mordieron al nacer.
Porque todos saben
que no se puede morir
sin dejar una brasa
como un palpo bravío
en el lomo de un potro.
Y yo escribí sus nombres
sobre los muros,
aunque espero
que sepan perdonarme:
han sido tantos
y la memoria puede ser
tan traicionera
que a algunos incluso
ya no los puedo recordar.

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