Miro la calle amanecida
y los jardines contentos
porque ha llovido
y la primavera está cerca.
La luz, desorientada,
resbala por la acera
como una lagartija.
Pero silbo y me alegro,
porque anoche
aún me aquejaban
lástimas de amor
ya estoy harto
de que mediaticen
lo que he de sentir cada día.
Silbo y me alegro.
Hay días que debieran
prenderse como
bosques de pinos
para evitar que nos aproximáramos.
Porque de pronto,
una mañana,
abres los ojos
y lo encuentras todo ardiente
y quema la tristeza.
Por eso hoy silbo
y por eso me alegro.
Porque estos labios
han de ser ceniza
y encima de este pecho
ninguna frente más
habrá de reclinarse.
Silbo y me alegro.
No quiero mentirme:
lo poco que poseo
está al alcance
de mi mano ahora
y eso ha conseguido
que valore mucho más
todo lo que se me ofrece
gratuitamente. Por eso
silbaré mañana todavía,
y pasado mañana
ese sonido será aquel
hueco de silencio
que se hace de repente
en la conversación
de dos amantes.
Silbo y me alegro
y esa es la razón
de mi júbilo.
Pueden herirme,
desgarrarme espadas, zarpas,
taladrarme la sed
de parte a parte:
Incluso la muerte
puede que pronto
me imponga sus manos,
me nombre hijo predilecto
y ya no ha de quedar
de cuanto he sido
más que un poco de frío,
algunos poemas
y este silbarle a la vida.
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