A mi gato se le cayeron
ya todos los dientes
y se esconde
bajo un mueble bajito.
Imagino su angustia
al recordar cómo le huían
las arañas y las sombras,
cómo le temían
las ventanas y los pájaros.
Perdió sus dientes
y se siente solo,
siente el peso de cubeta honda
que es el tiempo.
Sus dientes eran su compañía,
su mejor amigo,
su huella digital sobre las cosas.
¿Cómo le explicas a un gato
qué es la vejez?
¿Cómo le dices que sólo ocurre?
Que un día abres los ojos
y ahí está. Eres viejo.
La identidad es algo
que no se pierde
excepto con el tiempo,
con la vejez, con ir
dejándonos en las personas.
Mientras escribo esto
mi gato está bajo una silla,
huyendo de las arañas,
escondiéndose de las sombras
de los insectos que le temían,
ocultándose avergonzado
de los pájaros y las ventanas,
asustado de su nueva
posición en el mundo,
aterrado de sentir sus encías
deshabitadas, desalojadas
sorpresivamente,
intentando despertar
y que sus colmillos sigan ahí,
prestos, dirigentes, altivos.
Ahora quiere volver
a ser un gato y no puede.
Ahora quiere devolverle
a su hocico lo felino
y no puede,
no logra volver a ser un gato.
Y yo, que desde hace años
hablo en humano roto,
intento inútilmente ocupar
en su corazón
el sitio que su dentadura ocupaba.
¿Cómo explicarle a mi gato
que la vejez no sólo
te quita sueños,
no sólo encoge la esperanza?
Bajo su silla, bajo la seguridad
protegida de su silla,
mi gato me explica
lo que es la vejez.
Del libro: "Aquí podría caber todo el amor que nos tuvimos".
México, 2023.
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