Igual somos nosotros
los que hemos inventado
esta mirada de nada ocurre
cuando vemos
el barro en nuestros zapatos.
Pero es que a veces
el barro crece y nos llega
hasta las rodillas,
supongo que por reunir
los pedacitos que quedaron
después de tanta lluvia
de intereses oscuros
que inundan desesperanza
en el corazón de la gente
enfangando el asfalto,
las aceras, las viviendas.
Ahora sabemos
que esos barros se alzan
hasta donde nunca lo pensamos
y llenan oficinas
y portales y colegios.
El aire reparte cenagales
que apagan las caricias
y los besos de las madres.
Espacios enormes embarrados
sosteniendo la voluntad
de las piernas de las víctimas,
dominando desde
su recia enredadera
hasta el azul tristísimo
de tardes de domingo.
Porque siempre llueve
en algún momento,
aunque demore
y ya ni nos moleste
el olor a muerto
de este paisaje sepultado.
Siempre llueve y amanece,
y la luz y el agua revelan
en nuestras botas
la bondad de un nuevo lustre
y el arbitrio de sus pasos;
en nuestras manos
la solidaridad asida a una escoba
y el sol sobre
los coches sepultados.
A lo mejor es posible
que inventemos después
la primavera. No lo sé,
es mucha la incompetencia
de los que debían protegernos
y no hicieron nada:
Ahí siguen, como si no
fuera con ellos lo ocurrido.
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