domingo, 5 de mayo de 2024

REFLEXIÓN: MADRASTRA


Creo que precisamente hoy es un buen día para hablar de la imagen que hemos creado en torno a la figura de la madrastra. La influencia de los cuentos tradicionales y luego las versiones para el cine que se han realizado las han convertido en un símbolo del mal, cuya crueldad se ceba en las niñas y niños que quedan a su merced. Hasta tal punto es así, que cuando pensamos o pronunciamos la palabra madrastra, lo hacemos con un punto de desagrado que muy pocos términos de nuestro idioma contienen.

Y no es justo, por supuesto que no. Tengo una poderosa razón para decirlo, puesto que soy un ejemplo viviente de la tremenda mentira que nos han contado:

Perdí a mi primera madre cuando iba a cumplir los cinco años. Solo conservo de ella alguna foto muy gastada, porque por el camino de mi infancia se me borraron los recuerdos. Dos años después mi padre volvió a casarse y con la perspectiva del tiempo, mantengo la duda de si lo hizo por amor o porque buscaba una nueva madre para su hijo. Si esta última fue la verdadera razón, he de decir que acertó de pleno.

Con la llegada a mi vida de quien, según las definiciones académicas y sociales pasaría a ser mi madrastra, yo conseguí una madre. Fue esa mujer a la que siempre llamé mamá y que supo darme todo el amor con la que esa figura inunda a su hijo. Estoy convencido de que me convirtió en el amor de su vida. Por supuesto que en nuestra relación hubo problemas, ¿pero acaso no los hay siempre entre un hijo y su madre, sobre todo cuando el primero crece y se cree en posesión de toda la verdad sobre el mundo?

Mi infancia hubiese sido muy distinta sin ella. Era mi madrastra, pero yo siempre la llamé mamá y en mi corazón fue, es y será siempre mi madre porque se ganó a pulso el derecho a serlo. 

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