En sueños me imagino
en un país extranjero.
Aventuro curiosas
vestimentas,
la piel oscura
de sus moradores,
los gobiernos,
las rancias dinastías,
los complejos oficios
que erosionan
las manos de sus gentes,
el borbotón sonoro
de los zocos,
las ruinas semiocultas,
las viejas e imborrables
tradiciones
-ascuas que encienden
calles y avenidas-
y el singular acervo
que un tiempo codicioso
colecciona
en los estantes
de sus bibliotecas.
En sueños me reclama
un paso fronterizo.
Diligentes guardianes
a mi paso levantan
las últimas balizas
de un yo contradictorio
que no tiene pasado
ni futuro.
Enfermo de impaciencia,
en duermevela insomne,
con la mirada limpia
de los niños,
me dispongo
a sellar el pasaporte.
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