Cualquier día, las mujeres,
a menudo invisibles
por los siglos de los siglos,
en lugar de negociar cuotas,
raciones de respeto,
y homenajes tardíos,
ocuparán los asientos
de su vida
sin pedir permiso,
sin el visto bueno
de la historia.
Cualquier día, las mujeres,
que han sido silenciadas
por los siglos de los siglos,
en lugar de comprar un libro,
un coche, un champú,
un bocadillo o un bonobús,
comprarán un mundo
y devolverán a los hombres
el que hemos convertido
en finca privada,
en apartheid milenario.
Y ese mundo de ellas
será con curvas o sin curvas,
un mundo rizado o liso,
con tacones o zapatillas,
un mundo lleno de ríos,
de bosques, de plazas,
de derechos,
todos los que quepan
en sus bolsillos,
en sus cabezas,
en sus vidas.
Derechos cavando fosas
sobre los privilegios.
Y si los dioses
de cualquier religión
vienen a instalar
su franquicia de eterna culpa
o reclaman su ilegítimo poder
sobre sus cuerpos,
por mi que les cierren
la puerta de la sinrazón
y hagan que coman
de mano las uvas sin ira.
Y si la tristeza saca sus uñas
de lunes lluvioso
sobre los días,
serán capaces de hacer
de su comunidad
la mejor trinchera,
una trinchera
multiétnica y multiética,
multigénera y multifeliz.
Cualquier día, las mujeres
borrarán del diccionario
algunas palabras:
víctima, agresión,
invisible, machista, golpes,
minuto de silencio.
Cualquier día, las mujeres,
en lugar de encender
una vela tras cada funeral,
ocuparán el mundo
donde volver a ser
quienes fueron,
un mundo donde
no será necesario
hacerle el boca a boca
a ninguna vida.
Cualquier día, las mujeres,
desde su ventana observarán
el final de la violencia
como quien observa
un glaciar milenario
ardiendo a la deriva
y tal vez,
tal vez nos tiendan
un puente a los hombres.
El único puente posible
para llegar al otro lado
del mundo:
El puente de la igualdad.
Quisiera estar ahí para verlo,
pero si no fuera posible,
ojalá puedan regocijarse
con semejante milagro
mis hijas y mi nieta.
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