Recuerdo de toda mi vida que el inicio de la Navidad lo marcaban los niños de San Ildefonso y su dulce cantinela mientras iban cayendo bolitas de los bombos de la lotería. Mi misión ese día era disfrutar de las vacaciones y tomaba importancia familiar con el repaso del periódico de la tarde porque, aunque en casa no hubieses visto más periódicos que las páginas amarillentas que cubrían la parte superior de los muebles, la edición vespertina con los números premiados en el Sorteo Extraordinario no faltaba en ningún hogar, tampoco en ek mío.
Ahora la Navidad empieza en cuanto acaba el verano. Podemos comprar la lotería en julio, el turrón llega a los supermercados en septiembre y a mediados de noviembre ya se atisban Papás Noel escalando fachadas. El Black Friday, que antes duraba un día y ahora un mes y sumando, espolea la gran cita consumista anual. Nadie, por muy devoto que sea, puede percibir un ápice de espiritualidad en lo que no es más que una agotadora gymkana de mercadillos, atracciones cutres y ruidosas que colapsan los centros de las ciudades y contaminación lumínica convertida en reclamo turístico.
Pero mejor abstenerse de cuestionarlo, cualquier disidencia te hará sospechoso de ser un Grinch. Aunque el personaje naciese con el fin de denunciar el desparrame mercantilista. No seré yo quien pida que se detenga esta algarabía de cartón piedra, abrazo cualquier tradición en la que pueda lanzarme con gusto a comprarles regalos a mi hija pequeña y a mi nieta. Mi Navidad empieza este viernes en que disfrutaré con el evento donde nos cantarán villancicos en el cole de Bahía, evento que este año casualmente cae en la misma fecha que el sorteo loteril. Celebraremos que empiezan sus vacaciones y todas y cada una de nuestras particulares tradiciones familiares al llegar estas fechas. Mi navidad cobra sentido con sus ilusiones, que son lo único a lo que uno puede aferrarse. Por eso que nadie me pida más alegrías que las relacionadas con la infancia que afortunadamente aún tengo cerca. Por más dulces navideños que trague, hay demasiada sangre infantil que se está derramando a mares en un lugar donde a los niños solo se les regala maldad, bombas, odio, balas y hambre como para pedirme que felicite a alguien con una sonrisa en la cara. Todo el esfuerzo que eso me supone lo guardo para contribuir a la felicidad de nuestras niñas y niños. Son los únicos que se lo merecen, maldita sea. Empecemos entonces: Feliz Navidad a todos y todas las que tienen un ratito para leerme, que conste que ese mérito se lo reconozco y sigo sin entender muy bien la razón por la que lo hacen.
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