sábado, 29 de abril de 2023

PINTURA: DÉBORA ARANGO


Débora Arango insistió siempre en que era una mujer católica, creyente, de profunda religiosidad (“No rezo padres nuestros ni avemarías, pero le cuento todo a Dios”, decía); pero, al mismo tiempo, su obra presenta una crítica violenta del clero, de la hipocresía de muchos curas y monjas y de la moral mojigata de la sociedad colombiana de su tiempo; en algún caso afirmó que se trataba de una interpretación de las pasiones ajenas. Y si bien realiza una gran cantidad de pinturas cuyo tema son esos personajes de los religiosos, existe una serie más pequeña centrada en imágenes de Cristo y de la Virgen María que, sin abandonar a veces la reflexión crítica, están cargadas de una intensa espiritualidad.

Esta acuarela, titulada simplemente Cristo, corresponde a una época en la cual la, artista ha llegado al pleno desarrollo de su lenguaje expresivo basado en la fuerza de la simplificación de las figuras y de la estructura compositiva, en una gran economía de recursos y en el poder de sugerencia de los trazos: el mismo lenguaje que utiliza para sus más feroces críticas políticas. Lo más interesante en este caso es que la escena se desarrolla en una especie de espacio- tiempo trascendental en el cual se pierde la diferencia entre el pasado y el presente. Es el mismo planteamiento que empleó Paul Gauguin en su pintura El Cristo amarillo, de 1889; allí, un grupo de campesinas de Bretaña rodean en oración una imagen del crucificado, con la condición fundamental de que el cristo y las campesinas tienen las mismas características de realidad: no se hace referencia a una imagen sino una presencia o, quizá mejor, a una experiencia.

En el Cristo de Débora Arango se crea una especie de círculo que une los seis orantes con el travesaño de la cruz que se dobla para acogerlos; pero, adicionalmente, la curva en profundidad de la cruz, que está plantada en el lugar que queda libre entre las dos mujeres del primer plano, genera una especie de perspectiva que corresponde justamente al espacio que ocupan los devotos. Lo que resulta, como en el cuadro de Gauguin, es que Cristo ocupa el mismo tiempo y el mismo espacio de los seis personajes que, en definitiva, experimentan presencialmente la crucifixión, descarnados y espirituales como Cristo. A pesar de su esquematismo y de la intensa deformación de las figuras, pero sin la representación de la sangre y del dolor, el conjunto de los devotos es completamente sereno, equilibrado y simétrico, silencioso como en la experiencia mística de las campesinas de Gauguin; y también aquí sumergido en un ámbito amarillo dorado que permite recordar que así se representaba el mundo celestial en el antiguo arte cristiano.


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