Por una u otra razón, camuflamos lo que sentimos o callamos lo que pensamos.
—¿Quieres a Adán como tu legítimo esposo?
La respuesta era «no», se estaba enamorando de su hermano, pero no podía salirse del guion establecido:
—Sí, quiero.
Y aunque Eva detestaba las máscaras, la vida es un baile de disfraces y su flamante cuñado estaba unas filas más atrás: intercambiaron un cruce de miradas. Supo que esa historia, cautiva en la prisión de la moralidad, se las arreglaría para morder la fruta prohibida.
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