viernes, 12 de agosto de 2022

OPINIÓN: SIEMPRE PALESTINA


A veces me sigo sorprendiendo por conservar una ingenuidad que ya hacía enterrada bajo toneladas de cicatrices, desengaños y zancadillas. El escepticismo puede resultar un cómodo almohadón desde el que contemplar el mundo sin riesgo a sufrir decepciones pero corres el riesgo de dormirte y tener pesadillas en las cuales la humanidad no merece la pena, olvidando que uno mismo forma parte de ella.

Eran las 21:00 horas del día 13 de Julio de 2014 y estaba a punto de comenzar la final del Mundial de Fútbol enfrentándose los equipos de Alemania y Argentina. Se comentaba que ambos equipos iban a negarse a jugar si no se producía una tregua entre Israel y Palestina. Es decir, si el sionismo no dejaba de masacrar al Pueblo palestino. Y es que, en ese mismo instante, cientos de hogares con familias aterradas en su interior, hospitales, escuelas, geriátricos y granjas palestinas se reflejaban en las coordenadas de los misiles y en las pantallas electrónicas de los bombarderos israelíes.

Era un rumor poco sostenible. La cuarta maquinaria militar más poderosa del planeta se había puesto en marcha días atrás para acelerar su continuo proceso de genocidio sobre la población palestina. Y no serían 11 millonarios alemanes con pantalón corto y un inmenso complejo histórico a que les llamen antisemitas quienes lo fueran a detener. Ni la FIFA con sus sionistas patrocinadores.

Pero no todo eran rumores. El Vaticano (ya saben, ese lugar donde se guardan riquezas suficientes como para alimentar de por vida a todas esas criaturas desnutridas por las que nos piden rezar) había pedido un minuto de silencio por la Paz. No como condena al genocidio que se estaba produciendo en esos momentos, sino por la Paz, que queda más bonito y no compromete tanto. Un minuto: menos tiempo del que tardan en sacar a un jugador para meter a otro. O para colocar a los jugadores ante una falta. Ni siquiera hubo eso. Según los datos oficiales, el siniestro marcador de personas asesinadas en Palestina desde que comenzó el ataque israelí ascendía entonces a 147. La vida de una niña palestina, pues, se cotizaba a 0´4 segundos de silencio. Ni siquiera hubo eso, digo.

Y las lágrimas de la afición argentina al terminar el partido opacaron las que derramaban las madres palestinas contemplando desolaciones que antes eran hogares. Y charcos de sangre que antes eran balbuceos y risas. Los gritos de júbilo de la afición alemana sepultaron los gritos de miedo y dolor de algún adolescente palestino buscando a su familia bajo los escombros.

Me quedé con cara de tonto al no encontrar ningún gesto de solidaridad en la final de ese Mundial de fútbol. Pero ¿Saben qué? A veces una cara de tonto supone una pequeña victoria sobre quienes, salvajes y criminales, insisten con saña en hacernos creer que venimos de vuelta, que nada puede ya sorprendernos, que el mundo es malo y que cuanto antes nos demos cuenta de eso antes maduraremos. Dejen, por favor, que siga sorprendiéndome. Y desengañándome si es necesario. Déjenme que siga confiando, y creyendo, y amando. Y luchando por aquello en lo que creo. Mi decepción fue todo un gol a quienes quieren que me parezca a ellos.

Fue en 2014, son recuerdos que me han vuelto a golpear en estos últimos días en que la maquinaria militar israelí se ha puesto de nuevo en marcha para asesinar a palestinos. Lo hacen cada vez que les apetece salir de cacería, el resto del tiempo les basta con dejarlos morir a Gaza lentamente, poquito a poco, bajo el implacable sol del confinamiento de todo un pueblo en un inmenso campo de concentración. Y sin que a nadie de eso que pomposamente llaman Comunidad Internacional le siga importando. 

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