Quien habita en los espejos
no vislumbra ideales cumplidos
ni esas presencias angélicas
capaces de trascender lo real;
se siente solo, zarandeado
por las bocanadas
de la brisa temporal, incapaz de volar,
casi condenado a la aspereza
del camino a solas.
La tristeza suma sus rasgos
a la acuarela gris del yo consigo,
como si fuera un desvalido
pasajero en la sombra
que, poco a poco, ha ido dejando
en el trazado de su discurrir
ilusiones y sueños para respirar
un tiempo de carencias.
El horizonte es un atardecer
crepuscular, y una geografía
que se mira con los ojos cansados,
casi hecho un punzante dolor.
La sensación de desamparo
se hace fuerte, adquiere la forma
del yo que camina junto a nadie,
porque esa soledad está precedida
por la soledad de los otros,
lo que deja en la vida
una sensación de hastío final.
No hay comentarios:
Publicar un comentario