Ando ya un poquito harto de toda esa movida montada a causa de un puñetero festival de música al que no he hecho ni caso, pero del que me tengo que tragar toda una estúpida campaña a causa de un veredicto que ni me va, ni me viene. Lo más increíble es que la clase política ha entrado de lleno en el tema, como si este país no tuviese suficientes problemas de los que ocuparse y han contribuido a agigantar este insólito programa de telerealidad que le ha absorvido el seso a tanta gente. Desde el Presidente de una Comunidad Autónoma, hasta grupos del Congreso, alguna ministra, e incluso un sindicato como Comisiones Obreras han colaborado para hacer cada vez más grande esta absurda bola de nieve que no conduce sino a que se volverá de cualquier manera a hacer de nuevo el ridículo en un Festival de Eurovisión al que hace ya tiempo que se le ha pasado el arroz y no interesa salvo a los que se dejan influenciar por campañas de marketing estratégicamente manipuladas. Y mientras, a nadie parece importarle que la buena música haya desaparecido de la programación de las cadenas televisivas generalistas, e incluso que rtve haya hecho añicos la cadena Radio 3 que tanto hizo durante años por la música independiente en este país. Si tanto preocupan supuestas injusticias cometidas contra algunas participantes del Benidorm Fest, ¿dónde está el apoyo al resto de músicas y músicos que a trancas y barrancas intentan sobrevivir con su trabajo? Si se me permite, yo mismo respondo a la pregunta: en ninguna parte.
Dicen que las lágrimas más potentes se derraman por un pequeño incidente mientras pasa una catástrofe aún mucho mayor. Como quien moquea por un vaso roto en pleno divorcio. Para eso se debieron inventar las redes sociales: para llorar tragedias chiquitas en plena debacle. Puede que ahí afuera la tensión dominante la dicte el terror a un virus y una guerra inminente, pero aquí dentro se vivirán sentidas terapias grupales por cualquier otro detalle. Rebosaremos lágrimas en caliente, pero también quedarán las que nunca se enfrían. Esas son las más peligrosas. Como los torrentes del Benidorm Fest, que nos ha dejado suspendidos en bucle durante días gritando en círculos, retorciendo opiniones de sociopolítica por haber perdido la teta y la pandereta en un concurso de canciones en el que antes siempre primaba la diversión. Ese es uno de los peligros de llorar en las redes: lo que separa esa sensación de comunión instantánea de la del berrinche delirante apenas dura tres asaltos, pero a mi me ha cabreado mucho más que todo lo que haya podido ocurrir en el propio festival.
No hay comentarios:
Publicar un comentario