Nos arropábamos
en los rincones de los barrios,
y éramos felices.
Y caían al suelo
nuestras ropas,
y caían de los árboles
muchachas,
y soñábamos así,
con los ojos
oscuramente abiertos,
soñábamos así
con la música,
que no hace preguntas,
que es coágulo, raíz o vena.
Y estaba ahí anudado,
estaba y sabíamos
que el paisaje germina
de un racimo de ojos,
que susurran las viejas
en las esquinas,
que jamás íbamos
a ensayar la incertidumbre,
ni el simulacro de saberse
cansados de la vida.
Qué equivocados estábamos,
en realidad no fue esa la vida.
Nunca lo ha sido,
salvo en lo iluso de los sueños.
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