Los bebés solo lloran,
no entienden
y tampoco saben
decir lo que les pasa.
De ahí esa angustia
que maúlla
en los ojos
y ladra en la comisura
de los labios
de una madre,
ese dolor de granito
y líquenes
es la leche
que se acumula
en sus pechos
o un amor que
en las noches de viento
grita bajo las piedras
porque su niña
ha enfermado.
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