Cuando nací,
la televisión en blanco y negro
ni siquiera había llegado
a la mayoría de las casas.
Luego, poco a poco
la realidad mermada
divulgó lo ficticio
entre las vísceras
del dichoso artilugio.
Retraído el asombro,
un tiempo después
holló la luna
el ballet pintoresco
del primer astronauta.
La guerra de Vietnam
sembró de rojo
el miedo del monzón
y un odio denso
dejó su cinta métrica
a la posteridad.
La guerra fría
era la Espada de Damocles
que pendía sobre
nuestras cabezas.
El niño que yo fui
cruzó la calle
para desvanecerse
y el adolescente
celebró la muerte
del dictador
aunque fuese en la cama.
En blanco y negro
llegaban ecos de libertad
que se fueron desvaneciendo
por el camino.
Soplo activo de brisa
que aventara las ramas,
devanaron los años
una quietud insomne,
repleta de fracasos
que la realidad trajo
hasta mi orilla.
Nada sobra al olvido.
Envejeció conmigo
la dudosa verdad
de las consignas
y el pretérito manso
se refugia detrás
como una sombra.
Crece el silencio en mí,
la nada vuelve.
El tiempo es la frontera
en mi mapa menguante.
A la luz del ocaso
ya no quedan tareas perentorias,
salvo la felicidad
de mis hijas y mi nieta.
El futuro es de otros,
yo celebro mi fortuna
al lado a mi compañera.
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