Aquél hombre se compró
un coche nuevo:
lo llevaba al taller oficial,
le montaba
repuestos de marca,
pasaba puntualmente
todas las revisiones.
Le regalaba rosas,
la llevaba a cenar,
tenía un anillo
escondido en el cajón
de su mesilla.
Pero con el tiempo
se hizo viejo
y dejó de preocuparle
su apariencia
y dejó de llevarle
a los mejores talleres
y dejó de servirle
el mundo en bandeja
y dejó de quererla.
Lo mantuvo
porque aún no podía
comprar uno nuevo.
Los desguaces
están repletos
de corazones rotos.
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