Jacques Viau Renaud (Puerto Príncipe, 28 de julio 1941 - Santo Domingo, 15 de junio 1965), era un haitiano culto. Hijo de un importante líder político de Haití, que fue candidato presidencial en unas elecciones fraudulentas que Francois Duvalier "ganó", para convertirse en el sanguinario dictador que oprimió durante lustros a ese desdichado país. Su padre se vio obligado a buscar refugio en la República Dominicana, donde se trasladó con toda su familia. Allí el joven Jacques fue seducido por la poesía. Allí, el poeta haitiano se vio obligado a tomar partido cuando su patria de acogida también se vio amenazada por la dictadura y se sumó a lucha por restablecer en el poder al profesor Juan Bosch y la vuelta a la constitucionalidad. Allí, el poeta comprometido encontró la muerte, luchando por la libertad. La historia de Haití es pródiga en este tipo de cuestiones. Nunca los haitianos han negado la ayuda a los pueblos que la necesitaban para librarse de la opresión. En ese sentido, quizás marcados por su propia experiencia, han sido siempre enormemente generosos. A cambio, en su tierra sólo han obtenido sufrimiento. La última ha sido la espantosa tragedia que ha arrasado el país, de la que todos estamos contemplando las consecuencias. No me extenderé en comentarlas, porque las imágenes hablan por sí solas.
Hoy sólo escribo para pedir generosidad. Para que el término solidaridad no se quede vagando por el espacio vacío de los significados ilusorios. Que diferente se ven las cosas, que distinto es el dolor cuando te roza de cerca. Lo digo porque tengo un amigo haitiano, que me ha enseñado a amar ese país, contándome los detalles de su historia, hablándome de sus paisajes, describiéndome la nobleza de sus gentes. Te das cuenta cuánto daño causan los tópicos cuando te hacen llegar la verdad de las cosas. Esa amistad me acerca también al dolor y la desesperación de estos días. No puedo permanecer al margen, porque mi amigo Louis y todos los haitianos se merecen algo más que unos minutos de lástima cuando vemos las noticias en el televisor. Por favor, ayúdales. En cierta manera, haciéndolo también nos ayudamos a nosotros mismos.
Que sea la poesía de Jacques Riau la que nos acerque a Haití, y nos lleve a comprometernos con su presente y su futuro:
Hoy sólo escribo para pedir generosidad. Para que el término solidaridad no se quede vagando por el espacio vacío de los significados ilusorios. Que diferente se ven las cosas, que distinto es el dolor cuando te roza de cerca. Lo digo porque tengo un amigo haitiano, que me ha enseñado a amar ese país, contándome los detalles de su historia, hablándome de sus paisajes, describiéndome la nobleza de sus gentes. Te das cuenta cuánto daño causan los tópicos cuando te hacen llegar la verdad de las cosas. Esa amistad me acerca también al dolor y la desesperación de estos días. No puedo permanecer al margen, porque mi amigo Louis y todos los haitianos se merecen algo más que unos minutos de lástima cuando vemos las noticias en el televisor. Por favor, ayúdales. En cierta manera, haciéndolo también nos ayudamos a nosotros mismos.
Que sea la poesía de Jacques Riau la que nos acerque a Haití, y nos lleve a comprometernos con su presente y su futuro:
Estoy tratando de hablaros de mi patria,
aquella que comienza a deslizarse
allá donde crecen las guasábaras,
las cayenas frágiles,
los cantaros sedientos y polvorientos,
la hierba rara,
amarillenta,
solitaria lanza midiendo el corazón de mi isla.
Estoy tratando de hablaros de mi patria, desde aquí,
desde mi guarida salina,
desde Santo Domingo,
quizás os hable de ambas:
son dos terrones complementarios,
puntos cardinales de mi tristeza
caídos de la rosa de los vientos
como amantes cuyos abrazo se rompieran...
Mi patria
es una tierra elevada
de dilatados herbazales y doradas mazorcas
que cruzan los mares y se van muy lejos
mientras los hombres del monte y la llanura
se dilatan hambrientos...
Allí he nacido,
de allí partí atado a la sangre
solo, después de los años,
descubrí en mi pecho la mancha roja,
entonces aprendí a leer en las hojas,
a hablar con la tierra
y a callar cuando ella reconstruía la historia
de los muchos muertos que la sustentan
de la sangre que alimento sus frutas
del llanto que sostuvo la precocidad de sus montes...
Mucho tiempo ha transcurrido desde que partí.
Nada ha cambiado,
siguen los mismos montes pelados
la misma vegetación de vegetales y girasoles,
de cafetales oscuros y pastizales estrellados.
Sólo el hambre ha crecido
ya no hay lugar en los cementerios
ni en los ojos llanto
ni en mi isla patrias...
Así es mi patria...
He querido hablaros de mi patria
de mis dos patrias
de mi isla
que mucho dividieron los hombres
allí donde se aparearon para crear un río.
aquella que comienza a deslizarse
allá donde crecen las guasábaras,
las cayenas frágiles,
los cantaros sedientos y polvorientos,
la hierba rara,
amarillenta,
solitaria lanza midiendo el corazón de mi isla.
Estoy tratando de hablaros de mi patria, desde aquí,
desde mi guarida salina,
desde Santo Domingo,
quizás os hable de ambas:
son dos terrones complementarios,
puntos cardinales de mi tristeza
caídos de la rosa de los vientos
como amantes cuyos abrazo se rompieran...
Mi patria
es una tierra elevada
de dilatados herbazales y doradas mazorcas
que cruzan los mares y se van muy lejos
mientras los hombres del monte y la llanura
se dilatan hambrientos...
Allí he nacido,
de allí partí atado a la sangre
solo, después de los años,
descubrí en mi pecho la mancha roja,
entonces aprendí a leer en las hojas,
a hablar con la tierra
y a callar cuando ella reconstruía la historia
de los muchos muertos que la sustentan
de la sangre que alimento sus frutas
del llanto que sostuvo la precocidad de sus montes...
Mucho tiempo ha transcurrido desde que partí.
Nada ha cambiado,
siguen los mismos montes pelados
la misma vegetación de vegetales y girasoles,
de cafetales oscuros y pastizales estrellados.
Sólo el hambre ha crecido
ya no hay lugar en los cementerios
ni en los ojos llanto
ni en mi isla patrias...
Así es mi patria...
He querido hablaros de mi patria
de mis dos patrias
de mi isla
que mucho dividieron los hombres
allí donde se aparearon para crear un río.
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