Nunca se imaginó que las navidades podrían llegar a ser tan amargas. Salió a pasear por el parque, no soportaba estar encerrado entre las paredes de su casa y necesitaba sentir un poco de aire fresco antes de volver al hospital. En la habitación 301 se encontraba su hijo desde hacía varios días, conectado a una multitud de tubos que trataban de mantenerlo con vida, aunque los médicos no sabían si llegaría a despertar del coma. Ver aquél ser diminuto que tanto quería en semejante estado le destrozaba el alma. Ni su mujer ni él podían casi comer o dormir. Todo su mundo se había derrumbado cuando aquél coche se le echó encima al niño, que salía feliz y contento después de haber gozado de lo lindo en la fiesta de Navidad del colegio.
Navidad. Este iba a ser el año en que los dos se encargarían de los adornos en casa. Lo habían planeado bien: Ir al mercadillo de la plaza, comprar un árbol nuevo, bolas brillantes, luces de mucho colores... Que lejos quedaba ahora todo eso, había perdido por completo cualquier sentido.
Suspiró hondo. Se dejó caer en el banco donde se sentaba siempre que iban juntos al parque y dejó por primera vez que las lágrimas aflorasen en sus ojos. Lloró todo lo que no había podido llorar aquellos días de angustia. Un ligero sonido le sacó de aquél trance. Frente a él se encontraba el gato que, en palabras de su mujer, había decidido adoptar a su hijo desde hacía unos meses y que con toda naturalidad se instaló en casa. El niño lo adoraba. Imaginó que el animal no entendía muy bien qué ocurría, dónde estaba su amigo y la tensión que se respiraba en casa.
Se le subió a las piernas, siempre mirándolo fijamente. Muy despacio le puso una de sus patas delanteras en el pecho y volvió la vista hacia su izquierda. A lo lejos se distinguía la iluminación del gran árbol que el ayuntamiento colocaba cada año en la plaza. El animal volvió a dirigir su miraba directamente hacia sus ojos... Era un momento mágico, como si le estuviese enviando de aquella manera un mudo mensaje. Entonces entendió...
Echó a correr hacia el mercadillo y allí se hizo con un árbol y todos los adornos que pudo encontrar. Su hijo llevaba semanas ilusionado con una navidad de luces y colores, y la tendría. Con el coche cargado, se dirigió al hospital y ante al asombro de los que con él se cruzaban, tomó el ascensor. Al abrirse las puertas en el tercer piso, se encontró a su mujer hecha un baño de lágrimas, intentando llamar por teléfono.
- ¡¡No contestabas al móvil, corre, ven!! – le gritó alegremente. -¡¡ El niño se ha despertado!!
Y ya en la habitación lo encontró, aún con aspecto débil, pero sonriendo y sentado en la cama.
- Hola, papá. ¿Cuándo vamos a montar el árbol de Navidad? – Le preguntó...
Navidad. Este iba a ser el año en que los dos se encargarían de los adornos en casa. Lo habían planeado bien: Ir al mercadillo de la plaza, comprar un árbol nuevo, bolas brillantes, luces de mucho colores... Que lejos quedaba ahora todo eso, había perdido por completo cualquier sentido.
Suspiró hondo. Se dejó caer en el banco donde se sentaba siempre que iban juntos al parque y dejó por primera vez que las lágrimas aflorasen en sus ojos. Lloró todo lo que no había podido llorar aquellos días de angustia. Un ligero sonido le sacó de aquél trance. Frente a él se encontraba el gato que, en palabras de su mujer, había decidido adoptar a su hijo desde hacía unos meses y que con toda naturalidad se instaló en casa. El niño lo adoraba. Imaginó que el animal no entendía muy bien qué ocurría, dónde estaba su amigo y la tensión que se respiraba en casa.
Se le subió a las piernas, siempre mirándolo fijamente. Muy despacio le puso una de sus patas delanteras en el pecho y volvió la vista hacia su izquierda. A lo lejos se distinguía la iluminación del gran árbol que el ayuntamiento colocaba cada año en la plaza. El animal volvió a dirigir su miraba directamente hacia sus ojos... Era un momento mágico, como si le estuviese enviando de aquella manera un mudo mensaje. Entonces entendió...
Echó a correr hacia el mercadillo y allí se hizo con un árbol y todos los adornos que pudo encontrar. Su hijo llevaba semanas ilusionado con una navidad de luces y colores, y la tendría. Con el coche cargado, se dirigió al hospital y ante al asombro de los que con él se cruzaban, tomó el ascensor. Al abrirse las puertas en el tercer piso, se encontró a su mujer hecha un baño de lágrimas, intentando llamar por teléfono.
- ¡¡No contestabas al móvil, corre, ven!! – le gritó alegremente. -¡¡ El niño se ha despertado!!
Y ya en la habitación lo encontró, aún con aspecto débil, pero sonriendo y sentado en la cama.
- Hola, papá. ¿Cuándo vamos a montar el árbol de Navidad? – Le preguntó...
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