Imagen: Pescador de ilusiones, de Laura Hernández
El pescador subió a la barca
y se alejó silencioso, en dirección
a un horizonte ensangrentado
por el somnoliento sol de la mañana.
Con sus manos endurecidas,
por la lucha diaria de tantos años,
arrojó la red a las turbias aguas.
La espera no dio el fruto apetecido:
La recogió vacía de esperanzas.
De pronto el mar se sacudió
su alma ávida de redenciones
y el hombre, perdido el equilibrio,
volcó en los fríos brazos de las algas.
Su corazón se quedó para siempre
en las profundidades abisales,
y ese día, en la arena de la playa,
una mujer con el temor en el rostro,
encontró diseminados trocitos de sal
que habían tomado forma de lágrimas.
y se alejó silencioso, en dirección
a un horizonte ensangrentado
por el somnoliento sol de la mañana.
Con sus manos endurecidas,
por la lucha diaria de tantos años,
arrojó la red a las turbias aguas.
La espera no dio el fruto apetecido:
La recogió vacía de esperanzas.
De pronto el mar se sacudió
su alma ávida de redenciones
y el hombre, perdido el equilibrio,
volcó en los fríos brazos de las algas.
Su corazón se quedó para siempre
en las profundidades abisales,
y ese día, en la arena de la playa,
una mujer con el temor en el rostro,
encontró diseminados trocitos de sal
que habían tomado forma de lágrimas.
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