Imagen: "El Delfín", mosaico de Ari Vanderschoot
Amanecía. A lo lejos un grupo de gaviotas revoloteaba sobre el mar, que comenzaba a desesperarse bajo un cielo sin nubes. Había botado su barca cuando las luces amarillentas de las farolas aún les hacían guiños perezosos a la arena de la playa. Avanzó lentamente, levantando espumas y dejando atrás una estela blanca, cortando los azules dormidos de las calladas aguas. Cuando lo consideró oportuno, paró el motor y dejó que la inercia le aproximara al banco de aves, mientras se recostaba en la proa satisfecho, disfrutando de los primeros rayos de sol.
Saboreaba enormemente aquella soledad de brisa y mar. La pesca era una buena terapia para despejar la mente de la rutina semanal. Cargó el cebo en el anzuelo y dejó que la plomada se hundiera, mientras fijaba la caña al esquife de babor.
-¡Tío, podrías tener un poco más de cuidado. Son ganas de fastidiar a estas horas!
La voz había sonado con nitidez, un tanto extraña, pero perfectamente entendible. Miró a su alrededor sobresaltado, pero no se veía ni un alma. Tan sólo las gaviotas por encima de su cabeza. Volvió a escucharla:
- ¡Heyyy. No mires tanto, que estoy aquí!
Era un delfín, que con su morro sonriente, sacaba la cabeza por fuera del verde iluminado del agua. El pescador se frotó los ojos con fuerza, pero por lo visto no parecían ser alucinaciones:
-Perdona. ¿No serás tú el que ha hablado?
-¿A quién más ves por aquí? ¿A Neptuno? Te decía que podías tener cuidado con ese anzuelo que has lanzado. Es domingo y a uno le apetece dormir algo la mañana.
-¿Y que quieres que haga, si he venido a pescar? ¿No pretenderás que los peces salten a la barca por su propia voluntad?
-Bueno… pero al menos podías haber esperado un poco a que se despierten. Digo yo...
-Ya…Oye, no te molestes, pero tú eres un delfín. Y los delfines no hablan ¿Qué ha pasado para que tú puedas hacerlo?
-Me enseñó mi amigo humano.
-¿Amigo? ¿Humano? ¿Cómo es eso?
-Cuantas preguntas. Tranquilo, que te cuento: Se llama Mamadou y es senegalés. Se hundió hace unos meses con un cayuco junto a otros como él, que según decían iban en busca del paraíso.
-¿Y qué ha sido de ellos?
-Fueron rescatados por unas sirenas y decidieron quedarse con nosotros. Mamadou dice que no podía imaginarse que el paraíso pudiera encontrarse bajo el mar. Aquí no tiene hambre ni frío, ha aprendido mucho sobre las corrientes marinas, las mareas... Se le ve verdaderamente feliz.
El hombre no salía de su asombro. Estaba manteniendo una conversación con toda naturalidad con un delfín, que encima se permitía darle lecciones de integración y convivencia.
-¿Pero entonces también existen las sirenas?
-Pues claro. Muchos humanos las vieron en la antigüedad, pero ya no se relacionan con los de tu especie. Causa demasiado terror al resto de los seres vivos.
- ¡Madre mía! ¿Quién me va a creer cuando cuente esto? ¡Y yo que salí de casa pensando en pasar un día tranquilo de pesca...!-
-No te creerá nadie. Los humanos ya ni siquiera creen en la magia. Todo lo que no pueda ser explicado, no existe. Pero hay otros mundos diferentes: Mundos de olas y escamas, de arrecifes y silencios...-
El pescador se quedó mirando al horizonte unos instantes... Se volvió hacia el delfín y con un toque de ansiedad en la voz, le dijo:
-Tienes razón, amigo. Tampoco en mi vida había ya lugar para la magia y las emociones. Todo es una rutina sin sentido que parece no tener fin. ¿No habría lugar en esas aguas para uno más? Daría lo que fuera por poder acompañarte-
El animal volvió a sonreír, porque con esa propuesta el hombre le había sacado de un buen apuro: Había roto los códigos del mar, que prohibían mantener un contacto de ese tipo con los humanos. Así que dio un enorme salto en el agua, mientras gritaba:
- ¡Pues claro que eres bienvenido. Vamos, que aún tenemos todo un día de emociones por delante!
Horas después, unos niños que jugaban en la orilla encontraron varada una barca en aparente buen estado, con los restos de unos aparejos de pesca pero sin rastro de los que podrían haberla usado... Aunque las autoridades establecieron un dispositivo de búsqueda, nunca se recuperó cuerpo alguno. El caso se solventó dictaminando que seguramente habrían fallecido ahogados en el mar mientras pescaban...
Saboreaba enormemente aquella soledad de brisa y mar. La pesca era una buena terapia para despejar la mente de la rutina semanal. Cargó el cebo en el anzuelo y dejó que la plomada se hundiera, mientras fijaba la caña al esquife de babor.
-¡Tío, podrías tener un poco más de cuidado. Son ganas de fastidiar a estas horas!
La voz había sonado con nitidez, un tanto extraña, pero perfectamente entendible. Miró a su alrededor sobresaltado, pero no se veía ni un alma. Tan sólo las gaviotas por encima de su cabeza. Volvió a escucharla:
- ¡Heyyy. No mires tanto, que estoy aquí!
Era un delfín, que con su morro sonriente, sacaba la cabeza por fuera del verde iluminado del agua. El pescador se frotó los ojos con fuerza, pero por lo visto no parecían ser alucinaciones:
-Perdona. ¿No serás tú el que ha hablado?
-¿A quién más ves por aquí? ¿A Neptuno? Te decía que podías tener cuidado con ese anzuelo que has lanzado. Es domingo y a uno le apetece dormir algo la mañana.
-¿Y que quieres que haga, si he venido a pescar? ¿No pretenderás que los peces salten a la barca por su propia voluntad?
-Bueno… pero al menos podías haber esperado un poco a que se despierten. Digo yo...
-Ya…Oye, no te molestes, pero tú eres un delfín. Y los delfines no hablan ¿Qué ha pasado para que tú puedas hacerlo?
-Me enseñó mi amigo humano.
-¿Amigo? ¿Humano? ¿Cómo es eso?
-Cuantas preguntas. Tranquilo, que te cuento: Se llama Mamadou y es senegalés. Se hundió hace unos meses con un cayuco junto a otros como él, que según decían iban en busca del paraíso.
-¿Y qué ha sido de ellos?
-Fueron rescatados por unas sirenas y decidieron quedarse con nosotros. Mamadou dice que no podía imaginarse que el paraíso pudiera encontrarse bajo el mar. Aquí no tiene hambre ni frío, ha aprendido mucho sobre las corrientes marinas, las mareas... Se le ve verdaderamente feliz.
El hombre no salía de su asombro. Estaba manteniendo una conversación con toda naturalidad con un delfín, que encima se permitía darle lecciones de integración y convivencia.
-¿Pero entonces también existen las sirenas?
-Pues claro. Muchos humanos las vieron en la antigüedad, pero ya no se relacionan con los de tu especie. Causa demasiado terror al resto de los seres vivos.
- ¡Madre mía! ¿Quién me va a creer cuando cuente esto? ¡Y yo que salí de casa pensando en pasar un día tranquilo de pesca...!-
-No te creerá nadie. Los humanos ya ni siquiera creen en la magia. Todo lo que no pueda ser explicado, no existe. Pero hay otros mundos diferentes: Mundos de olas y escamas, de arrecifes y silencios...-
El pescador se quedó mirando al horizonte unos instantes... Se volvió hacia el delfín y con un toque de ansiedad en la voz, le dijo:
-Tienes razón, amigo. Tampoco en mi vida había ya lugar para la magia y las emociones. Todo es una rutina sin sentido que parece no tener fin. ¿No habría lugar en esas aguas para uno más? Daría lo que fuera por poder acompañarte-
El animal volvió a sonreír, porque con esa propuesta el hombre le había sacado de un buen apuro: Había roto los códigos del mar, que prohibían mantener un contacto de ese tipo con los humanos. Así que dio un enorme salto en el agua, mientras gritaba:
- ¡Pues claro que eres bienvenido. Vamos, que aún tenemos todo un día de emociones por delante!
Horas después, unos niños que jugaban en la orilla encontraron varada una barca en aparente buen estado, con los restos de unos aparejos de pesca pero sin rastro de los que podrían haberla usado... Aunque las autoridades establecieron un dispositivo de búsqueda, nunca se recuperó cuerpo alguno. El caso se solventó dictaminando que seguramente habrían fallecido ahogados en el mar mientras pescaban...
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