Aparentemente iba a ser un día como tantos otros. Faltaba poco para las ocho de la mañana y alumnos y profesores se apresuraban para no llegar tarde a la primera clase del instituto enclavado en una céntrica zona de la ciudad. El curso ya estaba avanzado, y en segundo de bachillerato incluso daba los últimos coletazos. Los nervios por conseguir mejorar lo más posible las notas de cara a las pruebas de acceso a la selectividad universitaria empezaban a aflorar, y el que más o el que menos, andaba preocupado preparando los exámenes. Para Dora no estaba siendo una buena época. Al desasosiego propio de los estudios se le añadía que había roto con su novio dos semanas atrás, y la cosa se había complicado más de lo deseable. Sabía que Juan, varios años mayor que ella, tenía un carácter difícil pero después de la ruptura había aparecido una inclinación a la violencia que la llenaba de temor, y las amenazas que vertía en su contra empezaban a preocuparla seriamente. El día anterior la había llamado por teléfono. Los insultos y aquella manera de decirle que iba a sentir haberlo dejado, aún resonaban en sus oídos.
El trayecto desde su casa procuró no hacerlo sola. Había pedido a dos compañeras que no se separaran de ella. Cuando más tranquila se empezaba a sentir, atravesando ya los jardines que daban entrada al centro, reconoció su voz que la llamaba. Lo que vio le heló la sangre. Allí estaba, con un gran cuchillo en la mano, haciendo aspavientos y gritando a voz en vivo que la iba a matar. Con el sobresalto, tropezó y cayó al suelo. Afortunadamente, mientras Juan se acercaba, sus amigas habían echado a correr y gritaban pidiendo ayuda. Un enorme revuelo se armó por todo el recinto. Los demás alumnos empezaron a darse cuenta de lo que sucedía. Se pueden imaginar lo que significa ver a un energúmeno armado con un cuchillo de grandes dimensiones y con ademanes amenazantes que indicaban que lo que estaba ocurriendo no se trataba de una mera travesura. Mientras, Dora lloraba y gritaba porque Juan ya estaba prácticamente encima de ella...
Entonces ocurrió algo sorprendente: De todas partes empezaron a surgir chicos y chicas que se colocaban al lado de la aterrorizada muchacha, haciendo una especie de muro de contención que impedía al agresor acercarse del todo a ella. Sorprendido, Juan extendió sus amenazas y ese fue el momento en que se trastocaron los papeles. Inmediatamente fue rodeado por una multitud creciente de jóvenes que le conminaban a tirar el cuchillo. La actitud violenta de Juan comenzó a cambiar, temeroso de no salir bien librado de todo aquello. Arrojó el arma e intentó salir corriendo, pero el círculo que lo rodeaba se había cerrado. Decenas de llamadas de móviles se recibieron en el teléfono de urgencias de la policía comunicando lo que estaba sucediendo, lo que hizo que se movilizasen varios coches que llegaron casi al instante... Se encontraron con más de cien chicos y chicas armados con todo tipo de instrumentos, que enseñaban los dientes a un tembloroso tipo tumbado boca abajo en el suelo.
Se abrió un pasillo para dejar hacer su labor a la policía. Juan aún tuvo tiempo mientras se subía esposado a un vehículo policial, de escuchar los gritos de júbilo que se elevaban a un cielo sin nubes, mientras el gentío daba brincos y se abrazaba alborozado. Dora, por su parte, abrazada y besuqueada sin descanso, lloraba de emoción mientras daba gracias sin cesar por lo que habían hecho sus compañeros. Ese día se suspendieron las clases. Porque todos sabían que habían aprendido algo verdaderamente importante: el valor de la solidaridad y el compromiso con los débiles.
NOTA: Los nombres están cambiados, se le ha dado un toque literario a la historia, pero el hecho es real. Sucedió la pasada semana en el Instituto Poeta Viana de Santa Cruz de Tenerife. Desgraciadamente, no fue portada de ningún periódico, sólo ocupó una pequeña reseña en las páginas de sucesos. Es una lástima, porque actitudes como esa han de servir de ejemplo para la ciudadanía, y más proviniendo de gente joven, a la que se le suele acusar demasiado alegremente de egoísta e insolidaria. La policía emitió después un comunicado, en el que comentan que el detenido tenía antecedentes por hechos violentos. Quizás, si las cosas no hubiesen sucedido como lo hicieron, ahora habría una víctima más en la lamentable lista de muertes que se suceden en este país a causa de la violencia de género. Pero nuestra protagonista no estuvo sola. Al menos ella tuvo suerte.
El trayecto desde su casa procuró no hacerlo sola. Había pedido a dos compañeras que no se separaran de ella. Cuando más tranquila se empezaba a sentir, atravesando ya los jardines que daban entrada al centro, reconoció su voz que la llamaba. Lo que vio le heló la sangre. Allí estaba, con un gran cuchillo en la mano, haciendo aspavientos y gritando a voz en vivo que la iba a matar. Con el sobresalto, tropezó y cayó al suelo. Afortunadamente, mientras Juan se acercaba, sus amigas habían echado a correr y gritaban pidiendo ayuda. Un enorme revuelo se armó por todo el recinto. Los demás alumnos empezaron a darse cuenta de lo que sucedía. Se pueden imaginar lo que significa ver a un energúmeno armado con un cuchillo de grandes dimensiones y con ademanes amenazantes que indicaban que lo que estaba ocurriendo no se trataba de una mera travesura. Mientras, Dora lloraba y gritaba porque Juan ya estaba prácticamente encima de ella...
Entonces ocurrió algo sorprendente: De todas partes empezaron a surgir chicos y chicas que se colocaban al lado de la aterrorizada muchacha, haciendo una especie de muro de contención que impedía al agresor acercarse del todo a ella. Sorprendido, Juan extendió sus amenazas y ese fue el momento en que se trastocaron los papeles. Inmediatamente fue rodeado por una multitud creciente de jóvenes que le conminaban a tirar el cuchillo. La actitud violenta de Juan comenzó a cambiar, temeroso de no salir bien librado de todo aquello. Arrojó el arma e intentó salir corriendo, pero el círculo que lo rodeaba se había cerrado. Decenas de llamadas de móviles se recibieron en el teléfono de urgencias de la policía comunicando lo que estaba sucediendo, lo que hizo que se movilizasen varios coches que llegaron casi al instante... Se encontraron con más de cien chicos y chicas armados con todo tipo de instrumentos, que enseñaban los dientes a un tembloroso tipo tumbado boca abajo en el suelo.
Se abrió un pasillo para dejar hacer su labor a la policía. Juan aún tuvo tiempo mientras se subía esposado a un vehículo policial, de escuchar los gritos de júbilo que se elevaban a un cielo sin nubes, mientras el gentío daba brincos y se abrazaba alborozado. Dora, por su parte, abrazada y besuqueada sin descanso, lloraba de emoción mientras daba gracias sin cesar por lo que habían hecho sus compañeros. Ese día se suspendieron las clases. Porque todos sabían que habían aprendido algo verdaderamente importante: el valor de la solidaridad y el compromiso con los débiles.
NOTA: Los nombres están cambiados, se le ha dado un toque literario a la historia, pero el hecho es real. Sucedió la pasada semana en el Instituto Poeta Viana de Santa Cruz de Tenerife. Desgraciadamente, no fue portada de ningún periódico, sólo ocupó una pequeña reseña en las páginas de sucesos. Es una lástima, porque actitudes como esa han de servir de ejemplo para la ciudadanía, y más proviniendo de gente joven, a la que se le suele acusar demasiado alegremente de egoísta e insolidaria. La policía emitió después un comunicado, en el que comentan que el detenido tenía antecedentes por hechos violentos. Quizás, si las cosas no hubiesen sucedido como lo hicieron, ahora habría una víctima más en la lamentable lista de muertes que se suceden en este país a causa de la violencia de género. Pero nuestra protagonista no estuvo sola. Al menos ella tuvo suerte.
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