Una mujer sostiene en la mano
un algodón manchado
con restos de maquillaje.
Está sentada frente a un espejo
evaluando si la grieta que cruza el cristal
también le pertenece,
aunque sepa de sobra que es tan sólo
un vidrio quebrado
por una oscura rendija
que dibuja una diagonal imperfecta.
Pero sabe mucho de grietas
y aunque no haya aristas
ni esquirlas o filos que corten,
confunde entre su manos
rímel con hollín, carmín con sangre
y algodón con alambre de espino.
de esa manera canoniza en su rostro
el rastro de sal de una lágrima
y un amago de arruga
causada por el gesto forzado,
porque además, sentada frente a su reflejo
es como si lo hiciera sobre su futuro.
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