martes, 21 de junio de 2011

THOMAS SANKARA: UN LÍDER AFRICANO



La Historia con mayúsculas se reescribe en los ombligos de occidente. Las noticias del día a día, también. Y en lo que se refiere a los líderes africanos, tanto la historia como las noticias, contribuyen siempre a extender el perfil de corrupción y violencia que conviene a determinados intereses político-económicos para dar la imagen de un continente sin presente y sin futuro.  Pero hay casos diferentes, y ejemplos que demuestran que cuando las cosas no son como las antiguas colonias quieren que sean, se hace lo que sea preciso para restablecer los desequilibrios y el ‘orden internacional’ en el que África no cuenta más que como fuente barata de materias primas, aunque ello suponga arrasar con una obra política asombrosa por su generosidad y compromiso sociales en un marco sumamente complicado.

La historia de Thomas Sankara es una de ellas, por lo que resulta sorprendente y una injusticia enorme el hecho de que este líder carismático sea un personaje ignorado para nosotros. Algo así convierte en una razón de conciencia  dar a conocer su personalidad y el programa político que desarrolló durante los cuatro años en que se mantuvo en la presidencia de su país demostrando que otra vía para los países africanos es posible.

En cuatro años de vértigo (1983-1987) Thomas Sankara desligó al Alto Volta de la opresión colonialista francesa y lo rebautizó como Burkina Faso, que significa la tierra de los hombres íntegros, un nombre hermosísimo y cargado de significado. Sankara atajó el despilfarro gubernamental y combatió la corrupción y la injusticia, abolió privilegios a los jefes tribales, promovió la reforestación y la ecología para evitar el avance del desierto, se involucró en defensa de la emancipación femenina, prohibió y persiguió la ablación del clítoris y la poligamia, nombró muchas ministras mujeres, luchó contra el hambre y la miseria, extendió la educación (construcción de centenares de escuelas rurales) y la sanidad públicas (con acciones espectaculares, como los “comandos de vacunación”, encargados de vacunar a millones de niños en todo el país), para hacerlas llegar a los más pobres, e intentó convencer a los demás líderes africanos de que se negasen conjuntamente a pagar la deuda externa. 

Su sueldo como presidente siguió siendo el mismo que el del cargo de capitán que ejercía antes de llegar al poder, y a su muerte, su única posesión era una modesta vivienda cuya hipoteca no había sido aún enteramente liquidada. Su madre seguía ejerciendo, siendo él presidente, como vendedora de especias en un puesto de un mercado de Uagadugú, la capital del país. Dio también un giro radical a la economía, centrando todos sus esfuerzos en el desarrollo de la agricultura y la ganadería, creando centenares de mini-embalses, promoviendo y protegiendo la producción local frente a los productos importados que sangraban la economía nacional. Rechazó de plano cualquier ayuda internacional que se pareciera a una limosna y sólo estuvo de acuerdo en gestionar aquella que contribuyera a facilitar los objetivos que su gobierno se había marcado –para satisfacción de muchas ONG que veían en esa actitud un modelo de gestión de la ayuda externa.

Pero el 15 de octubre de 1987 un antiguo colaborador, Blaise Compaoré le traicionó, le hizo asesinar de manera brutal y se convirtió en dictador con la ayuda de la Francia del infame François Mitterrand, el mismo refinado y culto líder socialista que dio su apoyo al gobierno genocida hutu que asesinó en Ruanda a  1 millón de personas de la etnia tutsi en 1994. Francia, sigue siendo en la actualidad el mismo miserable país que continúa beneficiándose sin escrúpulo alguno de la riqueza natural en las antiguas posesiones africanas en su moderna versión neo-colonial. 

Por otro lado, Burkina Faso -al igual que el resto del África subsahariana- continúa bajo la explotación exterior y sigue estando sometido a la corrupción, el abuso de poder y el nepotismo. La empobrecida población ha retrocedido 50 años en derechos y bienestar. ¿Quién condena esa actitud? ¿Quién ha denunciado a los franceses por seguir permitiendo que esto ocurra? ¿Quién ama a África en los países neo-colonialistas? Para amar, hay que conocer. Y seguramente el que lea estas líneas no sabrá siquiera dónde está exactamente Burkina Faso o que su capital lleva por nombre una hermosa palabra: Uagadugú. 

Pero Thomas Sankara sigue siendo un referente en todo el continente africano. Veinticuatro años después de su muerte, en las calles de toda África su imagen está presente y en los mercadillos se pueden adquirir grabaciones de sus discursos. Sigue siendo un elemento integrador de orgullo, dignidad y esperanza de un continente cuyas extraordinarias riquezas naturales son saqueadas desde hace siglos por el occidente democrático y civilizado. Sin lugar a ninguna duda, tienen razón los que lo denominan el Che Guevara africano.

Para ampliar detalles de su figura:


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