viernes, 3 de diciembre de 2010

LAS DECLARACIONES DE GONZÁLEZ


Las primeras lluvias del otoño nos han traído una serie de reflexiones de Felipe González que me han dejado pasmado. En este país parece que estamos condenados a que cada vez que habla un ex presidente, un escalofrío nos recorra la espina dorsal pensando en la categoría moral que detentan estos personajes que nos han representado.

Afirma el que fuera primer presidente socialista que estuvo en su mano volar a la cúpula de ETA. Y que anduvo pensando seriamente poner en práctica dicha eventualidad. Evidentemente no lo hizo, pero expone sin ambages que hubiera sido muy sencillo y tiene dudas de lo acertado de su decisión final de no proceder a la ejecución. Igual es por el otoño que avanza, pero la frialdad del razonamiento nos deja helados. Imaginemos que hubiera mandado reventar sin juicio a esos ciudadanos (terroristas, pero ciudadanos), ¿lo habría reconocido como hizo Margaret Thatcher con los miembros del IRA asesinados en Gibraltar en 1988, o se los hubiera endosado a los GAL? La respuesta parece sencilla: Otro acto de barbarie que endosar a una serie de incontrolados que detestaban un sistema democrático que empezaba a ser ejemplo para el mundo. ¿Cuáles habrían sido las consecuencias en las cúpulas del Poder? : La derecha, tan católica, hubiera dicho: no hay mal que por bien no venga. Y Fraga, con el franquismo aún caliente en los tirantes y en los nudillos, habría soltado alguna de las expresiones tan suyas que detenían el tiempo. Los demás apenas contaban.

Al ex presidente le ha dado por hacer balance. No sabe si se equivocó. Lo que quiere decir que rondan por su cabeza profundas razones para pensar que quizá hubiera debido dar la orden. Qué firmeza moral en esa duda: ¿asesino a unos cuantos seres humanos o no los asesino? Mira que le veo ventajas… Hubiera salvado vidas, dice. Cosa poco creíble. Como esos ajustes de cuentas entre mafias, cárteles o grupos fuera de la ley, se habrían alimentado odios y algunos se hubieran sumado a la lucha armada con razones que antes no tenían. La tesis absurda de ETA (esto es una guerra) habría cobrado fuerza. Más dolor, más rencores, más problemas. Que alguien ponga en duda la certeza de que ese hubiese sido el camino resulta descorazonador.

El avance hacia su propio otoño podía haber reforzado el humanismo en Felipe González. Pero ocurre todo lo contrario. Nicolás Salmerón, presidente de la I República española, nunca lamentaría haber renunciado por no querer firmar penas de muerte. Y eso que eran legales. Tiene razón Felipe González en algo: Ya no hay estadistas como los de antes... “Una de las cosas que me torturó durante las 24 horas siguientes fue cuántos asesinatos de personas inocentes podría haber ahorrado en los próximos cuatro o cinco años”. Salvar vidas…Fue el argumento para explicar las bombas de Hiroshima y Nagasaki. El argumento, que no la causa real. Se lanzaron para frenar el avance soviético por el Pacífico y hacer un recordatorio a la URSS de que Estados Unidos iba a ser la nueva potencia mundial. ¿Cuál hubiera sido la verdadera razón de González? ¿Salvar vidas de inocentes? No. En democracia, no. Ejecutar sin juicio para defender la inocencia de la ciudadanía es una perversión del orden democrático.

Da más luz pensar en una débil democracia procedente de una débil Transición que había dejado intactos los servicios de seguridad del franquismo. Una débil democracia que no dudaba en aplicar lo que Franco había hecho con los republicanos: ejecuciones extrajudiciales. El peso del franquismo sociológico era demasiado fuerte. Ya lo había anunciado el estadista González: las democracias se defienden también en las alcantarillas. Era una de las posibles concepciones de la democracia: La de alcantarilla. En plena vena lírica, González se despoja de prejuicios propios de demócratas blandengues. Son los privilegios de los estadistas en el otoño de su sabiduría.

Pero sorprende que haya olvidado algunas de las herencias de su presidencia: Nos dejó a Aznar subido en la prepotencia de haber vencido a un Gobierno corrupto; a Fraga convertido en la prueba de que se podía ser demócrata sin ser antifranquista; a la Iglesia subida a los altares y al monte; a una monarquía con una querencia excesiva en ir de caza con amigos de lo ajeno (los Albertos, Colón y Prado de Carvajal, Mario Conde, De la Rosa), pero encubierta con el velo de paladín de la democracia. Mirando hacia atrás, al señor González le preocupa sólo la corrupción. Sin embargo, lo del GAL, nos dice sin decirlo que no quita prestigio. Eso de disponer de la capacidad de ordenar asesinatos es de auténticos hombres de Estado. Y se atreve a citar a Azaña. Probablemente no haya repasado el debate parlamentario sobre los sucesos de Casas Viejas. Notaría una gran diferencia entre el Azaña avergonzado y el jactancioso que afirma: los pude volar a todos. Me debéis la vida. Tanto que aún me permito preguntarme si no debí hacerlo. “No te estoy planteando el problema de que yo nunca lo haría por razones morales. No, no es verdad”. Los estadistas como González no tienen problemas morales.

Queda otra pregunta en el aire. ¿Por qué en este momento? ¿Para ayudar en el fin de ETA o para complicarlo? ¿Es una simple afirmación personal? ¿Se siente fuerte ahora que Zapatero ha doblado las rodillas? ¿Se está cobrando la foto maldita donde abraza a Vera y Barrionuevo a la entrada de la cárcel de Guadalajara? ¿Se está postulando a algún cargo internacional?
Me perdonan, pero desde que leí a Maquiavelo aprendí que la ingenuidad no debe ser un argumento de peso en los análisis de cuestiones políticas.

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