lunes, 2 de noviembre de 2009

LUCHAS DE PODER


Ambición y poder siempre han ido de la mano a lo largo de la historia, y no ha habido pueblos ni civilizaciones que no tengan en su memoria episodios de una guerra poco edificante en la carrera hacia la cima de la escala de mando donde se pone sobre la mesa cualquier arma y en la que no se da cuartel a nadie, a veces ni siquiera a los miembros de la propia familia.

En las sociedades tribales era un mero combate de jefes, un duelo a muerte en el que no habría piedad para el vencido, en eso no nos diferenciábamos mucho de los animales gregarios. Luego, cuando nos volvimos más ladinos y se desarrolló nuestra inteligencia, se convirtió en un juego de astucia y crueldad que se resolvía por el engaño y la tajante resolución final que proporcionaban el puñal, el veneno o el ajusticiamiento públicos. Así anduvimos durante siglos.

En nuestra Era de la Modernidad Occidental, afortunadamente podemos asegurar que nos hemos vuelto más civilizados, aunque todavía aparecen de vez en cuando reminiscencias, con cadáveres auténticos en países como Rusia, pero en general de lo que ahora se trata es de ejecutar asesinatos simbólicos a través de los medios de comunicación, sin olvidar que la esencia del negocio sigue siendo la misma: la liquidación definitiva del adversario.

Deberían ser objeto de un estudio profundo las diferencias que podemos encontrar en este tema tan escabroso según las diferentes latitudes y países. Los hay admirables, donde todo se hace con gran elegancia, sin despeinarse ni perder en ningún momento la compostura. Es digno de reseñar, por ejemplo, lo que está ocurriendo en Francia con el espectáculo de largueza moral que ha organizado Dominique de Villepin ante los tribunales, pasando de acusado a excusador de todos, incluso de quienes han prestado testimonio en su contra. El juicio, se ha convertido en un ejercicio de sutileza política donde la apuesta se juega a la eventualidad del todo o nada, toda vez que la absolución le posibilitaría al reo convertirse de nuevo en rival directo de Sarkozy y estar presente cuando suene el disparo que desencadene la carrera por la Presidencia de la República.

En Italia, la cuna del civilizado florentinismo, campan la sal gruesa y los modos agrestes de la mafia siciliana, de la mano del inefable Berlusconi. Todo es posible cuando semejante personaje está por medio: La venganza política, en todo caso, se halla inscrita como un emblema imborrable en esa forzada sonrisa odontológica del gran patrón, que exhibe al modo como lo hacen los lobos cuando se ven atacados. Además sazonada con un mal gusto que debería resultar intolerable en un país que se precia de haber sido cuna del Arte con mayúsculas. El sistema berlusconiano ha dejado repleto al país transalpino de escenas de gran bandidaje y de nulo contenido moral.

¿Y qué decir de España, de las amenazas verbales y miradas torvas entre quienes se disputan el poder dentro del Partido Popular? Lamentable y repugnante. La derecha parece que no puede sacudirse nuestra tradición cuartelera, en la que se han combinado largas etapas de pronunciamientos con otras de dictadura, siempre con el espadón al mando dispuesto a cortar varias cabezas de un solo mandoble. Eso sí, lo que se valora siempre y sale triunfante no es el valor ante el combate ni las dotes militares; sino la facultad de controlar la sala de banderas, la capacidad de hacerse con el cuartel y la decisión de fusilar sin piedad a los que se opongan aunque sean del mismo bando. Desde esta óptica, los enemigos más peligrosos siempre los tendremos en casa...

Que se consuelen las víctimas de estos combates, ahora por fortuna incruentos: Sólo perderán sus cabezas simbólicas y la real la seguirán conservando sobre los hombros. Todos ellos vivirán para contarlo, y algunos incluso conservarán la esperanza de que el mundo da muchas vueltas y cualquier cosa podría ser posible en el futuro en este país que no deja de sorprendernos. La pregunta es cómo encuentran tiempo con tanta energía consumida en guerras intestinas, para ocuparse de las cosas que verdaderamente le afectan al común de los mortales. No se den prisa en contestarla: Dejen que aún conserve intacta la poca inocencia que aún me queda.

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