domingo, 29 de noviembre de 2009

CARA Y CRUZ PARA LAS MUJERES


No hay ninguna duda de que la educación es la base sobre la que sustenta la convivencia y la raíz para que prendan los avances sociales. También en la cuestión relativa a los derechos y libertades de las mujeres. Esa debería ser nuestra reflexión en esta semana en que tanto se ha hablado de ellas. Los titulares de cada día tienden a desmoralizarnos y a hacernos pensar que no hay manera de erradicar la violencia de género, ni de cambiar la mirada machista de la sociedad.

Pero nada más lejos de la realidad. Esta sociedad ha dado un giro radical en los últimos años. En menos de medio siglo las mujeres han pasado de la resignación cristiana a vivir en libertad mental y física. Queda aún mucho camino por recorrer, eso es cierto. Porque el edificio de los derechos de la mujer está casi acabado en las sociedades desarrolladas, pero aún no ha superado los cimientos de la dictadura misógina y la maldición de los libros sagrados en el resto del planeta. El Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres sirve de recordatorio del mal y para que se tome conciencia colectiva de una de las tragedias históricas más lacerantes que ha vivido, y aún soporta la humanidad. Al menos una buena parte de ella.

La barbarie del maltrato, el acoso y la agresión hasta la muerte a las mujeres aparece casi diariamente en los medios de comunicación del mundo rico, pero es de sospechar que ni siquiera es noticia en la inmensidad del malvivir del resto. Aún así, resulta evidente que se han dado grandes pasos para la progresiva erradicación de este tipo de violencia. La Ley Integral contra la Violencia de Género ha contribuido en este país a que las mujeres se decidan a salir a la palestra de los juzgados y ha conseguido (con algunas limitaciones) limar las garras del animal machista que los hombres llevamos dentro, y comenzar a acostumbrarnos a la normalidad de convivir en pie de igualdad.

Es hacer realidad el futuro que muchas y algunos veíamos hace años con esperanza. Pero aún queda otro peldaño que subir, y es en los centros educativos donde se está ganando esta batalla, posiblemente la decisiva. En los colegios e institutos públicos se está fraguando una nueva identidad como pueblo, con alumnos procedentes de medio mundo. En nuestras aulas se preconiza la enseñanza en igualdad de razas y géneros, una labor fundamental pues de esa manera unos se reafirmarán en sus nacientes convicciones y a otros se les comenzará a resquebrajar el hormigón de las creencias heredadas. No es sencillo, eso es cierto. Pero lo más difícil ya lo hemos conseguido, basta con tener un poquito de paciencia histórica para que veamos a nuestros hijos vivir de forma positiva el auténtico modelo de amor que lo cambiará todo en las relaciones humanas: Querer como quiero que me quieran, en respeto y libertad.

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