domingo, 13 de septiembre de 2009

TRÁGICOS MARTES, 11 DE SEPTIEMBRE


Los martes 11 de septiembre estarán marcados para siempre en rojo en el calendario de tragedias de la humanidad en general, pero también en el ámbito local de Canarias, algo que quizás las nuevas generaciones desconocen, y parte de las viejas hayan olvidado. Cuando las tragedias se superponen en gravedad y en el tiempo, parece que unas aplastan a las otras, y las relegan a los rincones más cercanos al olvido.
Evidentemente, si han llegado en su lectura hasta este párrafo, tienen en mente una, la más cercana en el calendario y la que ha contribuido en gran parte a conformar el mundo que ahora mismo vivimos: Hablo del martes 11 de septiembre de 2001 y de la caída de las Torres Gemelas de Nueva York: el primer ataque directo al corazón mismo del Imperio de Occidente. La tragedia convivirá con nosotros para siempre, no sólo por el número de víctimas, sino porque fue transmitida prácticamente en directo por televisión y además se ha convertido en causa de muchas otras desdichas, grandes y pequeñas, que padecemos como si estuviéramos purgando nuestras culpas y el destino se hubiera disfrazado de fuego y de martirio. Por eso mismo no es sólo un recuerdo, sino un azote del que tardaremos mucho en recuperarnos.
La segunda parada en un trágico martes 11 de septiembre tuvo lugar en 1973, en Chile. Ese día, el ejército chileno, con la complicidad directa de Estados Unidos, acabó con el gobierno de Salvador Allende y las esperanzas depositadas por buena parte de la izquierda en todo el mundo de llegar al socialismo por la vía democrática. La muerte de Allende defendiendo el orden constitucional, las torturas y matanzas de los primeros días en el Estadio Nacional, incluida las de Víctor Jara se convirtieron en símbolo: Las manos cortadas y el cuerpo destrozado del trovador, como metáfora de lo que vendría a continuación en el cono sur latinoamericano.
El último martes 11 de septiembre que se vistió de tragedia ocurrió en el ámbito local de Canarias. Transcurría el año 1984, y un pavoroso incendio forestal se había desatado en la isla de La Gomera. Un mes antes había sido nombrado gobernador de la provincia Paco Afonso, un político de la vieja escuela, de los que llegaron a las primeras instituciones democráticas con la ilusión de cambiar las estructuras y la mentalidad de un país anquilosado por cuarenta años de dictadura. Su primer cargo fue el de alcalde del Puerto de la Cruz, y su talante de hombre bueno, cercano al pueblo y preocupado de contribuir a la felicidad de la ciudadanía, le convirtió en un personaje querido por todos independientemente de las diferencias ideológicas. Tras las noticias del incendio, se trasladó a La Gomera y allí, visitando sus montes en el coche oficial encontró la muerte junto al conductor y dieciocho personas más, atrapados por un brusco cambio en la dirección del viento y el efecto devastador del fuego. El entierro fue una demostración multitudinaria de cariño hacia alguien que en el corazón de los canarios quedó como ejemplo de persona de bien.
Reflexionando sobre estos acontecimientos, resulta imposible evadir la sensación de que parece no tener límites la capacidad del ser humano para el mal, lo haga de manera intencionada o no. Ya sea por fanatismo, por desprecio a los ideales democráticos o por simple descuido y negligencia como origen de un incendio. Es algo que nos enseña la experiencia de tantas tragedias ocurridas un martes 11 de septiembre...

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