sábado, 12 de septiembre de 2009

DE ESCRITORES Y LECTORES


Continuamente se comenta sobre la posibilidad de la desaparición del libro impreso, la escasez de lectores, la crisis que siempre parece amenazar al mundo de la literatura. Se abren debates sobre la calidad de los libros, de los escritores, pero se habla poco de la calidad de los lectores. Pero eso no significa que tal cuestión no tenga su importancia, dado que los que de una u otra manera nos dedicamos a escribir, necesitamos lo que alguien definió muy bien una vez con la expresión ‘masa de lectores fiable’. Es otro de los incentivos para mantener la calidad de lo que redactamos.
Dicho así, estamos presuponiendo que la masa de lectores, buenos o malos, existe. Precisamente es aquí donde reside la clave del problema: en el carácter informe de esta masa. En su segmentación y en su articulación difusa, que hace cada vez más difícil prever sus gustos, su comportamiento, sus conductas. Así visto, el problema de la literatura no sería tanto la merma constante de "buenos lectores". ¿Cuántos hacen falta para sostener el buen nivel de una literatura y quién se atreve a fijar ese número? La cuestión es precisamente el incremento indiscriminado de los mismos, la constitución de una desorbitada "masa de lectores" que revienta, por razón de su número y de su consistencia tan heterogénea, cualquier atisbo de "comunidad lectora" en la que poder confiar y con la que establecer un mínimo nivel de interlocución.
Ocurre de este modo que los escritores no saben para quién escriben; los editores no saben para quién publican y los críticos no tienen ni idea de qué representan. Hasta los publicistas se encuentran muchas veces en fuera de juego. Todos van dando palos de ciego, y entretanto las librerías se llenan de libros destinados –acusan algunos- a la gente que carece de criterio a la hora de elegir lo que lee, mientras que todos se olvidan de esa minoría que disfruta con la idea de que le gusta leer y escoge cuidadosamente entre el producto que le ofrecen.
En España, la consagración de un escritor como Javier Marías vino determinada por el éxito que obtuvo en Alemania entre lectores que, pocos años después aplauden con fervor igualmente unánime a un escritor como Ildefonso Falcones. Es un ejemplo. En las listas de libros más vendidos se codean Paul Auster, Paulo Coelho, Gabriel García Márquez, Carlos Ruiz Zafón, Isabel Allende, Mario Vargas Llosa, Dan Brown, Almudena Grandes, John Grisham, Julia Navarro, José Saramago, Arturo Pérez-Reverte, el propio Falcones... ¿Quién diferencia el grano de la paja? ¿Y en nombre de quién? ¿Cuántas veces no se oye aquello de que ‘el lector tiene la última palabra’? ¿La última palabra para qué?
¿Y al final cual es la razón que lleva a alguien a escribir? Admitamos que los primeros libros son una aventura y una ilusión... ¿Pero y después? ¿No es fácil dejarse llevar por la tentación de escribir para que le lean a uno cuantos más mejor? En realidad esa cuestión no tendría que ser criticable de por sí. El problema es averiguar cuánto se deja el escritor de originalidad, independencia, sinceridad y compromiso con la literatura en el camino.

No hay comentarios: