lunes, 2 de junio de 2008

EL VIEJO CONTINENTE Y LA INMIGRACIÓN


Confieso que mantengo desde hace años una historia de amor-odio con Europa. Comenzó en los lejanos años de las pasiones juveniles, cuando estalló con fuerza la concienciación política de mi generación, influenciada por los flecos del Mayo del 68 y arrastrada por los acontecimientos de lo que luego se llamó la transición española hacia la democracia. Durante mucho tiempo renegué de la condición de ciudadano europeo. La historia de este continente está marcada por tantos sucesos negativos, que abruma el intentar enumerarlos. Pero también ha sido cuna de cultura, pensamiento e ideales democráticos; y es esperanza para generalizarlos a toda la humanidad en el futuro. Así que me obligué a realizar un esfuerzo para conseguir el necesario equilibrio que me reconciliara con una idea de este continente en positivo.
Los últimos acontecimientos en el controvertido tema de la inmigración están consiguiendo que regrese la Europa que siempre he despreciado. Las razones son múltiples, y basta con echar la vista atrás para entenderlo:
Europa siempre fue un continente de emigrantes. Aunque ahora algunos intenten pasar de puntillas sobre la cuestión, las cifras no engañan: Países como Italia, España o Irlanda protagonizaron las mayores oleadas migratorias de muertos de hambre de todos los tiempos. Entre 1876 y 1976, más de 25 millones de italianos se marcharon a América y otros países europeos. Sólo a Estados Unidos llegaron en ese periodo más de 5 millones, y a Argentina casi 3 millones. Mientras, sólo entre 1880 y 1930, más de 3 millones de españoles huyeron a América en respuesta a la dramática situación social que se vivía en este país. Las remesas procedentes de semejante caudal de emigrantes permitieron la supervivencia de millones de familias, y de algún que otro régimen político que presumía de aislamiento.
Esto sólo fue el principio. Después llegó uno de los mayores horrores que se recuerdan: La Segunda Guerra Mundial y sus 40 millones de muertos. Las consecuencias políticas y sociales de la guerra trajeron consigo la mayor oleada emigratoria de la historia de la humanidad, y de la que no se habla demasiado: Se estima que en 1945, 20 millones de desesperados se pusieron en movimiento intentando de huir de Prusia y Alemania oriental a través del río Elba, movidos por el pánico que suponía el avance del Ejército Rojo, que violó, torturó y asesinó de manera sistemática a cientos de miles de civiles, con la aquiescencia de las potencias occidentales. Un ejemplo más de la crueldad que ha echado raíces en la vieja Europa, que se atreve a ponerse ahora de ejemplo para el resto del mundo. Pero hay más: Están la esclavitud, los fascismos, el holocausto nazi, la rapiña colonial, las guerras más espantosas, la sistemática violación de los derechos humanos durante la descolonización, la escalada de las armas nucleares...
Si preferimos remontarnos siglos atrás, tendremos más de lo mismo con las guerras de religión, y la época de la expansión europea por el mundo con el pretexto de extender una idea de progreso, que supuso el exterminio de civilizaciones enteras. Los aborígenes africanos, americanos y asiáticos eran considerados menos que animales, leña con que alimentar el fuego del enriquecimiento....Es esa Europa siempre arrogante y siniestra, disfrazando su ignominia con toda clase de hipocresías y eufemismos.
Y llegamos a la actualidad, donde los herederos de ese bochornoso pasado avivan los rescoldos más vergonzantes para levantar muros a la desesperación del hambre y la miseria. Cierran las fronteras, levantan oscuros temores y propagan la xenofobia y el racismo: En la Italia berlusconiana, cada vez más cerca del fascismo, se declara delito la inmigración ilegal. La propia UE aprueba encerrar a los sin papeles hasta 18 meses en Centros de Retención, tal vez como homenaje impensado a los viejos Campos de Concentración que han poblado el continente. Recordemos que no son delincuentes, porque la inmigración ilegal se considera una falta administrativa que como mucho daría lugar a una multa (como una infracción de tráfico, por ejemplo). Ni siquiera el progresista Gobierno Español se ha atrevido a oponerse a semejante barbaridad. Y desde algunos medios, de los que en Canarias tenemos alguna muestra, se deforman los términos, haciendo un uso prácticamente terrorista del lenguaje, asimilando inmigración a delincuencia, inseguridad, problemas sanitarios y sociales...
Es la Perfecta, Culta, Vanidosa y Ególatra Europa. La que detestaba antes y detesto ahora. Cómo nos engañábamos cuando se nos llenaba la boca hablando de Derechos, Solidaridad y Protección de los desfavorecidos. Claro, eso siempre que no se atrevan a asomar sus sucias narices por cualquier rincón de nuestro aseado continente: Si lo hacen, nos obligarán a ser de nuevo lo que siempre hemos sido. Nos sobra experiencia en tareas de ese tipo.

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