domingo, 18 de mayo de 2008

¿EXISTEN LAS GUERRAS JUSTAS?


La guerra como método para dirimir diferencias entre pueblos ha sido algo consustancial a la humanidad. Por eso resulta inevitable una plantearse una reflexión sobre la violencia como recurso para combatir la injusticia, más aún si se da el caso de odiar profundamente el mundo de las armas. La pregunta es si realmente todas las guerras son injustas, como se argumenta desde el pacifismo más radical. En principio la tesis resultaría incontestable puesto que en las guerras modernas siempre pagan el precio más alto los civiles inocentes..., ¿pero esa convicción está por encima de la obligación de intervenir cuando se sabe de la existencia de un régimen político que es capaz de convertir en víctimas de su barbarie a toda una población sin ningún tipo de escrúpulo? Como los fascismos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo. O más cercanos en el tiempo, las matanzas de civiles en las guerras de la ex-Yugoslavia o en algunos países de África central. Probablemente una enérgica acción de la comunidad internacional de oposición previa a regímenes de tal catadura moral podría evitar que canceres de ese tipo se extendiesen. Pero puestos en la tesitura de saber positivamente que ya sólo una intervención armada salvará un elevado número de vidas condenadas a perecer, ¿es lícito mantenerse al margen o no estar preparados militarmente para actuar contra los que no dudan en torturar o asesinar masivamente para conseguir sus fines?
¿Es una contradicción considerarse pacifista y asumir que si se dan esas condiciones, en último extremo no puede condenarse una intervención armada? Para que la respuesta a esa clase de preguntas sea positiva habría que analizar cada caso, pues no hay una receta universal en tales contextos. Y por encima de todo, es obligatorio entender que es muy fácil mantenerse consecuente con unas determinadas ideas sentado cómodamente en un sofá, mientras que son otros los que sufren y padecen y se deja en manos de terceros la única solución posible al drama.
Pero aún aceptando el concepto de ‘guerra justa’, lo que resulta inadmisible es la utilización de cualquier recurso para obtener los fines perseguidos, puestos en ese terrible extremo de participar en un conflicto armado. En la segunda guerra mundial, el llamado bando aliado tenía una teórica superioridad moral sobre los nazis o los fascistas japoneses al no haber iniciado la guerra, ni organizado campos de exterminio de población civil indefensa. Pero la perdieron con decisiones inaceptables en el orden moral y cuando menos discutibles en el estratégico, como fueron la utilización de armamento nuclear y ejecutar la campaña de bombardeos masivos sobre ciudades alemanas, que llegaron a causar efectos aún más devastadores que las bombas atómicas arrojadas sobre Iroshima y Nagasaki, con miles de víctimas civiles y ciudades completamente arrasadas.
En cuanto al terrorismo, uno de los males de esta época que nos ha tocado vivir, simplemente es inadmisible sea cual sea la causa que defienda, al ser contrario por naturaleza a cualquier principio moral. Su único fin es la repercusión del acto ejecutado para causar terror entre la población en general y hacer que las autoridades políticas se sientan presionadas por la opinión pública. La duda y la conciencia son enemigos del terrorista, por lo que ha dejado en su camino lo mejor de lo que nos define como seres humanos. Un soldado en el frente intentará cumplir con su cometido, pero no podrá evitar preguntarse por las razones que lo han llevado a la guerra, incluso cuestionará determinadas decisiones de sus mandos, o maldecirá a los responsables de que se encuentre viviendo un infierno. Y puede que tenga tiempo de entender que los que están al otro lado de la línea del frente son hombres que sufren como él, se hacen sus mismas preguntas y padecen idénticos temores. El terrorista, por definición, nunca se planteará esas cuestiones: Su fanatismo lo coloca por encima del bien y del mal. La muerte se convierte en un rito que lo eleva a categoría de héroe. Llegados a ese punto, bajar al terreno del común de los mortales para convertirse de nuevo en un oscuro y anónimo ciudadano es una tarea prácticamente imposible.

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