Habiéndose despertado el que esto suscribe con la noticia del último atentado de ETA, perpretado contra una casa cuartel de la Guardia Civil en la localidad alavesa de Legutiano, y que ha causado un muerto y otros cuatro heridos (uno de ellos al parecer en estado muy grave), además de cuantiosos daños personales...; cualquier agenda, todo lo previsto para hoy se trastoca sin remedio, pues la tristeza y la rabia lo barren todo.
Mis obligaciones laborales se desarrollan en uno de los aeropuertos de esta isla. Esta tarde tengo que incorporarme a mi turno. Al pasar por el obligado control de seguridad me encontraré con la pareja de la guardia civil que estará allí destinada en ese momento para cumplir con el suyo. Son gente a la que veo a diario, con las que se establecen unos mínimos lazos de convivencia, a los que saludas y gastas alguna broma de vez en cuando...
Inevitablemente, en este día maldito todo será diferente. Alguien pensará que es darle una satisfacción a los asesinos, pero no es así: Es estar con el dolor de los que han padecido las consecuencias de sus acciones. Al fin y al cabo, en estas décadas de locura, han tenido tiempo de extenderlas de tal manera, que nos han dado oportunidad a todos para que alguna vez ese dolor lo hayamos sentido de cerca.
A ETA poco más se le puede decir, porque cansa tener que repetir la misma retahíla cada vez que hacen acto de presencia. Son mudos y sordos al clamor ciudadano. Eso sí, el desprecio más absoluto de los que conservan algún sentimiento positivo en el corazón se lo han ganado a pulso. Quedan nuestros representantes, y la duda de si por fín esta vez la unión y la firmeza en el rechazo al terrorismo es unánime, más allá de ideologías y de la excebrable tentación de sacar un rédito político al atentado.
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