sábado, 12 de abril de 2008

DERECHOS HUMANOS


Tenía dieciocho años. Ocurrió en 2007. Estudiaba segundo de historia con magníficas notas, y una gripe le había impedido asistir a clase durante unos días. Pero era una estudiante responsable, y se puso en contacto con un compañero para que le pasara los apuntes, pues los exámenes estaban cerca. Además, tardes atrás su grupo de amigos había pasado un rato agradable haciéndose fotos en los jardines del campus, y estaba impaciente por recoger las copias que hicieron para ella.
Hasta aquí nada que se salga de lo normal. Llegó un poco antes al lugar de la cita, esperó unos minutos al chico, que llegó en su coche y le abrió la puerta del asiento adjunto al del conductor. Ella entró, y cuando recogía lo que había ido a buscar, siete energúmenos hicieron acto de presencia. A gritos y empellones, les obligaron a salir del coche: Al muchacho le golpearon salvajemente, y a ella se la llevaron detrás de unos matojos -para tener algo más de intimidad, se supone- Allí fue maltratada y violada en una salvaje ceremonia que se alargó horas, hasta que los siete hombres se dieron por satisfechos. Siete. Uno tras otro. Sin descanso ni piedad.
Los hechos fueron conocidos, se abrió una investigación policial, y la maquinaria de la justicia se puso en marcha. Sabemos el resultado: La sentencia del Tribunal Islámico condenó a la muchacha a seis meses de cárcel y a recibir doscientos latigazos, porque el chico que se encontraba con ella no era su padre, ni su hermano, ni su marido. Según la Ley islámica, estos son los únicos hombres con los que una mujer puede estar a solas... Los siete piadosos ciudadanos no han sido acusados de nada, porque se entiende que actuaron movidos por un comprensivo furor, un ánimo justiciero ante la repugnante provocación que les había infligido la actuación de una mujer con semejantes valores. Pero los jueces han sido comprensivos: Su magnanimidad ha entendido que propinar doscientos latigazos de una sola tacada sería sinónimo de pena de muerte, así que han decidido que se propinen a plazos, en tandas de a veinte: Después de los primeros veinte, se esperará a que la chica se recupere del castigo, para continuar con la segunda tanda, y así sucesivamente hasta completar la pena...
Esta historia podría ser inventada, pero no lo es. Tratándose de Arabia Saudita no hace falta apelar a la imaginación para plantear desafueros semejantes. Un país donde se permite que el derecho y las mujeres caminen por senderos tan dispares entre sí, debería ser objeto del repudio y la condena más tajantes de cualquier ser que se considere mínimamente civilizado. Y apartado de la escena internacional hasta que sus leyes se modifiquen. Pero hay otros intereses que están por encima de cuestiones tan peregrinas como los derechos humanos. Sobre todo cuando especialmente afectan a las mujeres: Intereses geoestratégicos y económicos, por ejemplo. Así que vamos a entretenernos ahora en apagar la antorcha olímpica, que lo que se ha puesto de moda es ocuparnos del Tibet y condenar todos a una a China (que es otro país que se lo ha ganado a pulso, por otro lado), sin darnos cuenta de que, en el fondo, sólo miramos hacia donde nos dicen que tenemos que desviar la vista: Como borreguitos, hasta para salir a protestar a la calle. Cuanta miseria moral hay suelta por el mundo... porque China estaba ahí mucho antes de que se le concediera la celebración de la Olimpiada. Y nadie se ha cuestionado comprar los productos a bajo precio que desde allí nos llegan, ni que los gobiernos y las empresas occidentales se bajen los pantalones ante los dirigentes chinos con tal de conseguir su parte del pastel en un país donde tal cantidad de población se ha lanzado al tema consumista como elefante en cacharrería... ¿Se hizo algo después de la revuelta de Tiananmen, aparte de las tímidas condenas de rigor para salvar los muebles? Pues eso, que ya llueve sobre mojado.
Y de nuestra triste protagonista, la chica de Arabia Saudita, nadie se ocupa. Ya sé que alguno pensará que una cosa no tiene que ver con la otra. Pero en este mundo nuestro tan interrelacionado, todo tiene que ver con todo. Y es que donde estén los negocios que se quiten los derechos humanos, aunque le estén negados a millones de mujeres, en un país donde ni siquiera existen como ciudadanas. Seamos optimistas y demos vivas a la Alianza de Civilizaciones. Por los siglos de los siglos, amén.

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