domingo, 13 de abril de 2008

CUANDO MUERA


Cuando muera,
sólo te pido, terruño mío,
un puñado de tierra
y unas gotas de mar,
para guarecer mis cenizas
entre tus dos niveles
de soledad atlántica,
saturada de belleza:

Un puñado de tierra,
que lleve en sus olores
la sonrisa y la sangre
de mis antepasados.
Unas gotas de mar,
con el cariño simple de la sal
y su desamparada dulzura
bañando mis raíces.

Pero si puede ser,
déjame también
una pequeña muestra
del frescor de tus montes,
simbolizada por la alfombra
siempre joven del pinar
y los alimentos minerales
que la pueblan,
para que me custodie
los sueños dormidos.
Cédeme, amada isla,
algo de los duros litorales
de tu cuerpo enterrado
entre las aguas del océano.
Confiéreme un diminuto grano
de la arena que conformó
tu alegría y tu duelo.

Porque te he llevado siempre,
en mi alforja isleña,
caminas con los pasos
que me llevan por el mundo,
me habitas y te pueblo
en el horizonte
donde amaneces cada día,
hablas con mi acento dolorido,
y mueres cuando fallezco
en la oscuridad de la noche.
Soy un hijo agradecido:
Estoy contigo, inevitablemente,
en tu presencia telúrica,
en la nostalgia marina
que envuelve tu presencia,
en la contradicción
de verdor y sed
que te circunda la cintura.

Por eso penetraré en tu alma,
cuando trocado en cenizas
sea la vuelta del hijo
al cálido seno materno,
ya para el infinito descanso
en su particular paraíso:
un fragmento del mundo
al que llaman Tenerife...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermosas estas palabras.
Resumen la esencia de nuestras islas y lo que sentimos los canarios.
Besitos desde enfrente.
Genia