lunes, 21 de enero de 2008

HISTORIA DE UN REENCUENTRO

Imagen: Talla de Mª Cristina Velo
ELLA:

Creí haberlo superado, pero me volví a cruzar con mi miedo. Tenía un nombre: Juan. Casi había olvidado lo que me hacía sentir, pero los sentimientos volvieron en cascada cuando el monstruo se paró para saludarme: Me asió del brazo para darme un beso, como si el pasado no importase. Me quedé sin capacidad de reacción. Escuché de su boca que la veía diferente, que estaba muy guapa, me preguntó si trabajaba, y si tenía nueva pareja... Yo miraba a lo lejos, contestaba de manera mecánica, intentando ganar tiempo y haciendo esfuerzos por aparentar indiferencia.
Por un instante creí que algo había cambiado y me atreví a mirar al origen de mis temores a los ojos por primera vez después de tantos años, y comprobé que él titubeaba en los gestos y las palabras. En ese instante sentí que ahora era fuerte y ya nadie podría hacerme daño. Recordé los golpes, los ojos fríos, la voz ronca, la pesadilla de escuchar sus pasos en el pasillo...
Nunca más. Nunca más volvería a agachar la cabeza... Hasta que le reconocí la sonrisa cruel en la cara, la que tenía en los prolegómenos de las sesiones de tortura. Fue entonces cuando en lo más profundo del alma algo volvió a romperse y perdido por completo el control, el cuerpo comenzó temblar. No pude soportarlo y me lancé a una carrera sin sentido, tropezando a cada momento con los demás viandantes, volviendo la vista atrás al doblar cada esquina, rogando para que no me siguiese y prometiendo a quién fuese no volver a pasar por aquella zona si conseguía escapar indemne. Volvió la sensación no tener donde esconderme y que el miedo volvería en cuanto tuviese un mínimo descuido.
Después de tanto tiempo, de la terapia, de la gente que había hecho ímprobos esfuerzos por ayudarme, volvía a temblar, a llorar, a sentirme cobarde e insignificante. Horas después, ya más tranquila, resguardada por las paredes de la casa y ante la imagen que me remitía el espejo del salón, me dije que sólo había perdido una batalla: Pero haría lo que fuese para mantener en alto la promesa de salir vencedora de aquella guerra.

Por eso se ha decidido a contarlo todo en el blog que creó en internet hace unos meses: Para suscribir ante el mundo el compromiso de la lucha personal por su liberación...

ÉL:

Retornó a mi mundo cuando descubrí en internet un blog con su nombre. Ahora que me doy cuenta del enorme daño que le he hecho, me tortura que ella no lo sepa. Los remordimientos llevan su nombre: Luisa. Aunque probablemente nunca pueda perdonarme, necesito hacerle llegar que he cambiado y ya no tiene motivos para temer nada de mí. Me ha sorprendido enormemente su aspecto, la aparente seguridad en si misma que transmite, y lo guapa que es. O quizás sea que antes la miraba con otros ojos, los de alguien que será mi vergüenza para lo que me queda de vida. Ojalá haya encontrado quién le de el cariño que nunca supe darle y consiga algo de felicidad en este mundo demasiado lleno de desengaños y amarguras.
Mi vida es ahora muy distinta, al otro lado del océano y en una comunidad donde intento con mi trabajo nivelar mi propia balanza del bien y el mal. Pero los que ahora considero mi familia siempre me han dicho que tengo que hacer las paces con el pasado: Es la única manera de encontrar el sosiego que necesito. Por eso el viaje, los esfuerzos por encontrarla...
Y por eso las dudas cuando me crucé con ella: Intenté acercarme con cuidado, procurando no asustarla. La saludé con la mejor sonrisa que pude encontrar y deposité en su mejilla el beso más suave que nunca he dado. Se quedó como petrificada, sin decir esta boca es mía, y eso me puso muy nervioso. No sabía cómo salir de aquella situación y se me ocurrió que preguntarle sobre su vida sería la mejor manera de romper el hielo... Al poco rato levantó la cabeza, y me miró directamente a los ojos: Supe que era el momento decisivo, e hice un esfuerzo sobrehumano para que no viese en ellos lo que siempre vio. Procuré sonreír, pero puede que la tensión del momento convirtiese la sonrisa en una especie de mueca. Las palabras que tanto había ensayado no supieron salir de mi boca: No pude contarle lo de las sesiones con el terapeuta, los meses que luego estuve dando tumbos por el mundo buscando no sé donde el perdón que yo mismo no supe darme... Y una nueva existencia que encontré en los límites del que llaman mundo civilizado, con unas gentes que me acogieron y cambiaron para siempre.
¿Como pude pensar que todo podría haber ido bien? Mi equivocación la vi reflejada en el súbito terror de sus ojos y los temblores de su cuerpo. Cuando echó a correr no tuve fuerzas para seguirla. Me quedé allí parado, con la mano levantada, en un ridículo adiós carente de sentido.

Por eso se ha alegrado de leer la versión de lo ocurrido que ella ha publicado en su blog. Así podrá contestarle, y hacerle llegar de esa manera todo lo que fue imposible contarle en persona...

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