lunes, 24 de septiembre de 2007

UN SOL Y MUCHAS SOMBRAS


Durante tres días de espanto y angustia,
el sol buscó en la negrura de la noche
un lugar para el llanto y la desesperación.
Se vió obligado a iluminar los horrores
que el odio de los hombres puede alumbrar.
Contempló la tierra empapada en sangre,
las calles de Sabra y Chatila teñidas de rojo,
cómo en ese mundo que ya era todo ruinas,
las familias buscaban a sus desaparecidos.
El caso es que serían una página en blanco,
restos que se lleva el viento de la historia
sin permitir el castigo a los culpables.
Alcanzados de lleno por la miseria y el dolor,
lo que un día fueron los sueños palestinos
desaparecieron con el resto de los escombros.

Y el astro rey se pregunta por los amaneceres
que pueden repetir la misma historia.
Sufre por verse obligado a iluminar los gritos,
el terror en las miradas, la ira incontrolada,
las explosiones, los hogares destrozados,
los hombres perseguidos y el futuro cercenado.
De nuevo se verá obligado a interrogarse
por las razones de este padecer sin tregua,
el crecimiento de la gigantesca ignominia
sin que nadie pueda poner freno a la barbarie.
Ve como la impotencia se apodera del ánimo
de la gente de bien en todos los bandos
,

harta de tanto sacrificio sin sentido,
de intentar encontrar una mínima alegría
mientras están perdiendo la batalla diaria
por conservar viva la llama de la esperanza,
de un poco de justicia para el pueblo palestino.



Este mes de septiembre se cumplen 25 años de la matanza de refugiados palestinos en los Campos de Sabra y Chatila. Situados en las afueras de Beirut, eran un conglomerado de construcciones sin orden ni concierto, separadas por callejuelas tan estrechas que dos personas casi no podían caminar juntas. Hacía semanas que los barrios musulmanes del sector este de la capital del Líbano se encontraban asediados por fuerzas israelíes y sus aliados, cristianos maronitas dirigidos por Bashir Gemayel. La intención era cambiar el equilibrio de fuerzas en Oriente Medio, para lo que era imprescindible la expulsión del Líbano de los soldados sirios, la destrucción de la OLP para incorporar Cisjordania al estado israelí y expulsar definitivamente a los palestinos a Jordania.
Para minar la resistencia palestina, el general Ariel Sharon, Ministro de Defensa y planificador de la invasión del Líbano, proyectó una operación de castigo que centralizó en los Campos de Sabra y Chatila. La noche del 17 de septiembre de 1982, los asesinos penetraron por en los campos, armados con pistolas con silenciador, hachas y cuchillos. Cuadrillas de carniceros cercenaron cuerpos, violaron y masacraron a hombres y mujeres de todas las edades, sin respetar ni a niños ni a ancianos, mientras reducían la zona a un montón de escombros y los carros de combate del ejercito israelí cerraban todas las salidas de los campos. Las investigaciones posteriores no pudieron averiguar con exactitud el número de víctimas, pero los cálculos estipulan una cifra entre 2000 y 3000. Fueron enterrados a toda prisa en una gigantesca fosa común, luego convertida en vertedero de basuras donde se ha formado un lago de aguas fecales, pues allí desemboca parte del alcantarillado. La crueldad puede llegar a veces mucho más allá de la muerte.
El escándalo internacional obligó a las autoridades israelíes a abrir una investigación. Nunca ha habido procesado alguno y el principal instigador de la matanza, Ariel Sharon, prosiguió con su carrera política, llegando a ser Primer Ministro de Israel. Mientras, algunos lo llegaron a considerar un aliado en la batalla internacional contra el terrorismo. De esta manera se escribe la historia.

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