viernes, 31 de agosto de 2007

CITA A CIEGAS


Llevaba tiempo pensando en ello. El asunto estaba a punto de convertirse en obsesión cuando decidió dar el paso y comenzó a chatear muerta de vergüenza y a espaldas de su novio. Con el paso de los días se fue relajando, descartó las primeras oportunidades que se le brindaron, al desconfiar de las verdaderas intenciones de la gente que se le ofrecía, hasta que unos días después le pareció encontrar lo que buscaba: Por fin podría tener una experiencia sexual con una chica. Le gustó la sinceridad, seguridad y comedimiento que desprendía, era la mejor receta para ayudarla a superar sus contradicciones. La nueva amiga le comentó que conocerse no obligaría a nada, pero que si seguía adelante, prometió paciencia, sosiego, y nuevas sensaciones y emociones... Acordaron una cita: Para no errar, llevarían un libro de algún autor clásico en las manos. Esa sería la clave.
Llegó con tiempo de sobra a la cafetería. Pidió un refresco y se puso a esperar, con los nervios atenazándole el estómago. Se quedó muda cuando poco después vio entrar a su novio con un portátil colgado del hombro y un ejemplar del “Justine”, del Marqués de Sade, en la mano

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