lunes, 27 de octubre de 2025

OPINIÓN: LAWFARE


A los que presumen de estar a la última en temas políticos, se les está llenando la boca con la palabra lawfare. Otra más para sumar al catálogo de palabros que tomamos de fuera para suavizar el mensaje que significaría decir lo mismo con palabras nuestras de toda la vida. Me imagino al abuelo al que ayudé ayer en el cajero automático porque se encontraba al borde del llanto, enredado en los pasos que debía dar para acceder a su cuenta corriente, escuchando a políticos y tertulianos pronunciando la palabrita, dando por hecho que todo el mundo ha de saber de lo que hablan y él sin enterarse. Así que decidí investigar un poco para ver de dónde diablos viene el término y por qué se utiliza, cuando hay palabras en nuestro hermoso idioma que explicarían el hecho que califica mucho más claramente. 

Primera constatación: la palabra lawfare es un invento. Sí, es cierto, todas las palabras son inventos pero las llamamos inventos cuando sabemos quién las inventó. Esta vez fueron unos australianos, John Carlson y Neville Yeomans, que la lanzaron en 1975 en un artículo preocupado por los destinos de la ley y sus usos espurios. La armaron pegoteando law, ley y warfare, guerra y quería decir, que no es lo mismo que significaba, usar la ley como un modo de continuar la guerra. Los norteamericanos saltaron sobre la oportunidad. Ya en 2005 la usaban para quejarse de que esos países que derrotaban en guerras y guerrillas los quisieran llevar al Tribunal Internacional de La Haya para denunciar que se habían cargado casi todos los derechos humanos y algunos animales.

En cambio en España y el resto de Latinoamérica se la usa distinto: significa conseguir un juez complaciente para denunciarle delitos muy dudosos de un enemigo político —o sus amigos y parientes. En nuestros países la política dejó de ser política y se ha vuelto policial barato: en lugar de acometer contra un gobierno porque no cumple lo que prometió, porque no consigue educar y curar y cuidar y alimentar a todos sus ciudadanos, se ponen serios y le reprochan que la prima de un tío de la abuela del subsecretario dijo que estaba haciendo punto cruz y era punto medialuna o que la rubia más rubia de la oposición a sí misma dice que es ingeniero y sólo se recibió de paseadora de perros pequeñitos.

Así que las armas siniestras son simples y contundentes: el juez quiere colaborar con tu partido y, por lo tanto, se quema las pestañas —de una secretaria— buscando algún artículo que te sirva, y si no lo encuentra se lo inventa. Es justo reconocer que si bien el lawfare puede ser usado por cualquier sector, la derecha lo exprime más y mejor por una razón boba: en nuestros países la gran mayoría de los jueces son gente de orden y derecha y, por lo tanto, mucho más dispuestos a leer la ley con su ojo más diestro —que suele ser siniestro. Es una función importante: garantiza que en el país no cambia nada, no se mejora nada, no se debate nada —que no sean esas estupideces. Pero la palabra sigue siendo un problema. Es cierto que mejor decirla en inglés porque a) nadie sabe bien que estás diciendo, y b) si es en inglés no parece tan grave. ¿Cómo decirla, entonces? Pronunciarla bien parece cosa de pijos; mal, parece de burros. O sea que la cosa no tiene mucha solución. O quizás sí: llamarla por su nombre.

Quizás, el día que dejemos de usar esa palabra inglesa y hablemos con toda claridad, sin pesos en la lengua, de una justicia parcial, corrupta, endogámica, feudo de los conservadores, hecha de jueces que se ciscan en las leyes con tal de obedecer a sus jefes políticos o económicos, habremos avanzado un poquito y nos daremos cuenta de que lo que escuchamos en los medios, de inocente no tiene nada. 


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