En los últimos años, es bastante evidente que la valoración de las películas y series tiene mucho que ver con el asunto que tratan y cómo lo tratan. En un mundo tan polarizado se tiende a sobrevalorar lo que nos da la razón. Es habitual escuchar elogios en función de que el contenido nos resulte adecuado a nuestras inclinaciones cívicas. No deberíamos caer en el error de pensar que un libro o una serie de televisión es mejor si trata del problema del hambre en el mundo o es más “real” por estar originado en una historia real. Más bien al contrario, aquellos asuntos en los que estamos todos de acuerdo resultan muy poco excitantes como reto narrativo. Cuando guían las buenas intenciones, los que ejercen el papel de villanos suelen resultar obvios, simplones y poco complejos para ponérselo fácil al discurso. De ese modo, los corruptos suelen dibujarse como mohínos y sombrones, pese a que casi siempre son simpatiquísimos y gozan de descaro y chispa. No hay más que mirar el caso de Donald Trump, elegido presidente por unos conciudadanos que le perdonan casi todo.
Para muchos es frustrante no entender por qué pasan las cosas que pasan. Algunos se desesperan y hasta dejan de leer el periódico porque les agobia el mundo al que les asoma. Precisamente, en entender lo que no entendemos consiste una de las grandezas de la narrativa. Y si algún defecto destila la serie británica Adolescencia es que quizá los espectadores que la hemos recibido con admiración ya pensábamos lo que pensábamos tanto antes como después de verla. Que las redes sociales han arrojado a nuestros jóvenes a un océano de estiércol cívico no es nada nuevo. El problema es simplificar las sutilezas que zarandean su vida íntima en favor de una receta que nos lleve a prohibiciones puntuales sin enfrentarnos al problema real en toda su dimensión. Los padres de la serie Adolescencia se culpan por haber estado despistados con respecto a su hijo, haberle dejado llegar a casa y encerrarse en su cuarto sin compartir el tiempo en común. Sería un diagnóstico equivocado si la sociedad lo entendiera como un problema particular y no general. Un mundo que no quiere escuchar nada que le contradiga ni que le rete intelectualmente es un mundo censor, plano y bochornosamente pacato. Nuestro problema es que pretendemos vivir en un plano aislado y concreto ignorando que, en realidad, vivimos inmersos en un tremendo plano secuencia. Precisamente, tal y como se grabó la serie.

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Eres libre para realizar tu comentario pero, por favor, procura ser respetuoso. Y gracias por colaborar...