Hay un momento
en el que uno se detiene
y lo entiende:
No hay respuesta.
Ninguna.
No hay propósito último,
ni señal,
ni justicia cósmica.
El mundo no nos debe nada,
y nosotros
estamos aquí arrojados.
Vivir es eso:
Caminar sin mapa
en una tierra que no fue hecha
para darnos una dirección.
Y entonces llega el absurdo.
No como tragedia,
sino como verdad.
La vida sigue
con su ritmo mecánico:
Te levantas, comes, trabajas,
sonríes por cortesía.
Lo haces esperando algo:
un por qué, un alivio,
un mínimo sentido.
Pero no llega,
lo más honesto
que puedes hacer
es aceptarlo.
Aceptar que el sol sale
aunque no quieras verlo,
que el tiempo avanza
aunque no estés listo,
que amar no garantiza
ser amado,
que lo bueno no se premia
y lo justo no se cumple.
Y sin embargo, seguimos.
No por esperanza,
no por fe.
Seguimos porque hay algo
profundamente humano
en resistir al sinsentido.
En mirar al vacío y decir:
"no lo creo, pero aquí estoy".
Como Sísifo,
empujamos la piedra
no porque tenga sentido
sino porque hacerlo
nos recuerda
que estamos vivos
y todavía decidimos.
El día que entendí lo absurdo
no me quebré.
Me despojé.
Dejé de buscar un guión
y empecé a escribir
mis propias escenas,
aunque no haya obra.
Dejé de preguntar "por qué"
y empecé a decir "aún así".

No hay comentarios:
Publicar un comentario
Eres libre para realizar tu comentario pero, por favor, procura ser respetuoso. Y gracias por colaborar...