El último gran producto televisivo que nos llega desde el Reino Unido se titula Adolescencia. El país se ha convertido en una auténtica fábrica de series policíacas con una calidad incuestionable y aquí son reconocibles algunos de sus protagonistas habituales, que nos llegan de la mano de Netflix. De Adolescencia no se puede contar más que su detonante sin destripar la serie: la policía irrumpe en un hogar familiar para arrestar al hijo pequeño, Jamie, de 13 años, acusado de haber cometido un asesinato. Y a partir de aquí comienzo a destripar lo que nos cuenta: Al final del primer episodio queda claro que Jamie sí asesinó a Katie, una compañera de colegio de su edad. Comienza así un relato coral del germen de esa violencia de género. Coral, en primer lugar, en sus maneras: la narración en plano secuencia hace que viajemos por diferentes circunstancias en continuidad y que el dibujo se trace con pinceladas mínimas de cada rincón antes de pasar al siguiente. Y coral también en su fondo: las causas de esa violencia son múltiples y están entretejidas. La forma responde al fondo.
En este arduo retrato, solo una ausencia llama la atención: la de la propia Katie. El retrato en off que plantean de Katie es casi tan complejo como el de Jamie, porque en este caso la víctima tampoco era inocente. Y en el último capítulo ya se muestra claramente la intención final de la serie: mostrar el impacto que el crimen tiene en la familia del asesino. Es un punto de vista inhabitual incluso en las crónicas de los crímenes violentos reales, más todavía cuando intervienen menores. Por eso la serie da que pensar y resulta muy recomendable verla y meditar sobre ella. ¿Hasta dónde puede llegar el sentimiento de culpa individual, cuando estamos hablando de un mal social? Vean la serie y luego intenten responder esa pregunta.
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