viernes, 4 de diciembre de 2015

ALMA DE ISLA





Había una vez un niño, que durante muchos años, vivió ignorando su propia realidad.

En clase de dibujo, sus primeras obras aparecían con vacas de blanco y negro y casas con enormes tejados por donde salía abundante humo de las chimeneas. Pero luego paseaba por su isla y no encontraba nada parecido.
En clase de naturales, los libros le hablaban del otoño y de su recurrente caída de hojas. Pero él observaba cómo en esta época del año, en los montes de su tierra ocurría lo contrario, pues se ponían verde intenso y comenzaban a florecer. Aún así, se empeñaba en buscar un árbol con hojas caídas, pues no quería ser el diferente. Empezaba a tener complejo de todo eso.

En clase de religión… Simplemente nunca creyó lo que le contaban.

En clase de historia le hablaban de conquistas y masacres, de imperios y reyes como si de un orgullo se tratara. Y él siempre sintió un profundo rechazo que no lograba entender.

En clase de lengua se burlaban de la manera de hablar de los suyos, algo que comenzó a indignarle profundamente.

En clase de música mostraban las grandes composiciones universales, muchas de ellas aparecidas en base a unos ritmos y melodías oriundas de una comunidad concreta. Pero en su entorno, parecía no existir músicas que le hablaran de lo más cercano, de las costumbres y la forma de ser de su pueblo.

Un día entendió la distancia entre su casa y el lugar de donde venían los libros y asumió la normalidad de resultarle ajeno lo que aprendía en la escuela. Y lo más importante: que la vergüenza de lo suyo se había convertido en valoración.


A partir de entonces nació su respeto por todos los lugares y comunidades del mundo, porque ya había tomado consciencia de la suya propia: alma de isleño, supo desde entonces, que tenía.



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