Huele a sangre en cualquier rincón
de las calles de Gaza.
Huele sin química aséptica,
a tiempo perdido y muerto...
Huele a resistir en los huesos,
en el tiempo y en lo próximo.
Huele a reuniones encubiertas,
a viudas con coraje y valentías de gueto.
Huele a fusiles y a balas, a sustos,
a dudas de un futuro que sólo
a los verdugos parece concernir.
Huele a miedo, a terror programado,
a genocidio dibujado con frialdad,
a muerte reptante, a muerte afilada,
a muerte eterna y exégeta de sí misma.
Huele a mentiras brutales
intencionadamente disfrazadas
de democracia y derechos sobre una tierra
milenariamente compartida.
Huele venda sobre venda,
a engaño sobre engaño,
a llantos infantiles sobre monstruos
que no están en los armarios.
Huele a sepulcros blanqueados,
a bombas indiscriminadas,
a eso que ya sabes, algunos llaman
el olor de la superioridad y la victoria...
Y a pesar de todo, también huele
a vida en las calles y los cementerios
en la falta de perspectivas,
en un muro de llanto para tantos
y la cárcel arbitraria para muchos.
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