¿Escogemos nuestros objetos y nuestros lugares de memoria o más bien el espíritu de la época decide qué merece la pena ser recordado? Los escritores, los artistas, los cineastas participan en la elaboración de esa memoria. Los hipermercados, frecuentados a grosso modo, un día a la semana por al menos un o una representante de las familias, cuando no todos sus miembros, empiezan apenas a considerarse entre los lugares dignos de representación. Sin embargo, cuando miro atrás, me doy cuenta de que a cada periodo de mi vida aparecen asociadas imágenes de grandes superficies comerciales, con escenas, encuentros, gente.
Pues bien, si lo pensamos detenidamente, no hay espacio, público o privado, donde deambulen y se junten tantos individuos distintos: por edad, ingresos, cultura, origen geográfico y étnico, apariencia. No hay espacio cerrado donde cada uno de nosotros, decenas de veces al año, se encuentra más en presencia de sus semejantes, donde cada uno de nosotros tenga la oportunidad de atisbar la forma de ser y vivir de los demás.
Pensando en esto, me he preguntado por qué los supermercados nunca están presentes en las novelas o poemas que se publican, cuánto tiempo necesita una realidad nueva para acceder a la dignidad literaria. Por eso me he decidido a que hoy fueran protagonistas de esta reflexión poética.
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