miércoles, 10 de febrero de 2016

A MI HIJA MAYOR







Antes de descubrir
un horizonte inseguro
y no poder hablarte
desde el cable de acero
sobre el que tiemblo ahora,
quiero firmar un acta de inocencia
de alguien que titubea
en una línea trazada
entre el azul y el suelo,
para el baile futuro de tus pasos.
El Médano, ocho de febrero
de dos mil dieciséis:
De un hombre que a veces duele,
otras veces repara
en las sombras etéreas de su lucha,
respira y vence al miedo,
grita cuando comprueba
algunas tardes
que hizo mucho menos
de lo que se esperaba,
que ha clavado en la tierra
el hacha de guerra sobreviviente
a todos los testigos
del error que pudo o no ser.
En el torpe equilibrio que nos lleva
de mis casi sesenta
a tus veintitantos,
he de decirte que hay
muchas cosas que duelen,
pero verte a ti feliz
es el mejor de los consuelos.
El tiempo que todo lo cura
escuece muchísimo,
pero si uno sabe afrontarlo
le llevará la contraria a las heridas,
y le alejará de las cicatrices.
Si lamentaste un beso,
hay que volver a besar
tan pronto como se pueda.
Si el silencio fue solo
la respuesta del otro,
hay que aprender a respirar
desde una sonrisa nueva,
porque la quietud total
solo es posible cuando
los corazones se vuelven mudos
y yo quiero que el tuyo hable
de felicidad y futuro.






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