Hay algo
en las aguas
que permanece
quizá son reflejos que están
y no están, como nosotros
cuando nos amamos
y vemos nuestros
ojos
mirándonos desde muy dentro
de la pupila del otro.
Ojos nuestros fijos en nosotros
y el esfuerzo de las caderas
y su sudor
haciéndonos sentir
como un balanceo
y un suave impulso ascensional
un agua que sube despacio,
cálida y placentera
desde el fondo,
mientras notamos
cómo la quilla se hunde
poco a poco.
Desaparecido, inerte
el casco también se hunde
con sus remos
llevándonos con él a pique.
Luego, los dos bien abajo,
volvemos a subir juntos
hacia la luz...
Y todo lo que sentimos
rinde tributo a la azulada
superficie ondulante
que nos compensa
por tanta fatiga en la vida
y nuestra credulidad
se renueva
para volver a afrontar
lo que nos espera en la orilla.
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