martes, 24 de noviembre de 2015

CARTA A UNA HIJA





Queridísima hija:

Nos ha costado mucho, no te imaginas cuánto... Pero hoy tu madre y yo lo comentamos al levantarnos de la cama y aún rotos por el dolor, decidimos acercarnos al banco para cancelar tu cuenta. En la oficina nos han atendido con frialdad profesional, como otro trámite más de los que lo empleados tienen que realizar a lo largo de la mañana. Ellos que saben, no pueden saberlo. Es otro ejemplo más de que la vida sigue adelante, ajena a las pequeñas grandes tragedias individuales de las que prácticamente nadie tiene conocimiento. Al fin y al cabo, no se tramitan hipotecas sobre los recuerdos, ni se pagan comisiones por la pérdida de una hija.

Tenías exactamente un saldo de 312 euros con 27 céntimos. Lo que hemos hecho al final es traspasar esa cantidad a la cuenta de la ONG con la que pretendías colaborar desde hace tiempo. Afortunadamente el trámite ha sido rápido, aunque tu madre no pudo soportarlo hasta el final. He tenido que ser yo el que me tragué las lágrimas allí dentro hasta reunirme con ella en la plaza más cercana. Por cierto, que últimamente no hablamos mucho, supongo que todo nos lo decimos con la mirada... En cuanto reúna fuerzas, tengo que ocuparme también de eso, hay que aprender a compartir una pena para la que nadie está preparado.

Pensando en el dinero, no he podido evitar recordar de todas esas cosas que deseabas tener y la amargura me atenaza al pensar en los proyectos de los que hablamos en más de una ocasión y que ya jamás se llegarán a realizar. Ha sido una insignificante operación ciudadana, convertida ahora en algo más. La cancelación de la cuenta es la última certificación de una ausencia definitiva, la realidad de un profundísimo dolor, de un proyecto inacabado que a tus padres les deja con una sensacional derrota, que ninguno de los dos sabemos cómo vamos a superar.

Hemos decidido guardar tu tarjeta de crédito junto a otros objetos personales, unos absurdos y otros íntimos, supongo que para palpar fehacientemente pruebas de tu paso por el mundo. Una tontería, porque lo sabe nuestra memoria, como depósito de unos recuerdos que prevalecerán vivos eternamente. Quiero pensar, hija, que ahora eres libre. Pero si así fuera, la conquista de esa libertad sería la victoria más amarga lograda nunca. Te queremos. Muchísimo. Eres nuestra flor, nuestra mayor alegría y deseamos con toda el alma que no te marchites nunca para nosotros.


Espero no tener que escribirte una carta como esta nunca y tener la oportunidad de seguir comprobando que nuestro tesoro prosigue su transformación hasta llegar a ser esa mujer de la que siempre vamos a estar orgullosos. Ahora voy a despertarte, hija. Sé lo remolona que te pones al despertarte y hay que darse prisa porque tienes que ir a clase.




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